Juan Folío
La Opinión de Almería
La periodista June Fernández ha sido galardonada con el II Premio de
Periodismo Colombine, organizado por la Asociación de la Prensa de Almería, por el
reportaje sobre violencia sexual contra las mujeres titulado 'Yo quería sexo, pero no
así', publicado en Pikara Magazine, publicación de la que es directora, y en eldiario.es. El
jurado ha valorado "la calidad literaria y lo positivo del tema como una
diferente forma de conseguir la igualdad". Ha destacado "la frescura
periodística del trabajo galardonado con un tema que no es común que sea
tratado por los llamados medios generalistas". "Era uno de los pocos trabajos
que tocaba un tema totalmente tabú en nuestra sociedad, del que la mujer no se
atreve a hablar, por dolor o por vergüenza".
June Fernández |
El
certamen se presentaron 92 candidaturas (9 de radio, 6 de televisión, 41 de
prensa y 36 de soporte digital) correspondientes a 78 periodistas (26 hombres y
52 mujeres) procedentes de 18 países (Argentina, Bolivia, Alemania, China,
Egipto, Italia, Estados Unidos, Venezuela, Cuba, Colombia, México, Uruguay,
Brasil, Nicaragua, Costa de Marfil, Perú, Guatemala y España) y 14 provincias
españolas.
Junto
a la ganadora, han sido finalistas Ángeles Caso, con También las mujeres
sabían pintar (publicado en El País); Jairo Marcos
Pérez, con Mujer en guaraní se dice revolución (Pikara
Magazine); Tereixa Constenla Fontenla, con Ellas también hicieron
las Américas (El País Semanal); Zigor Aldama, con
Demuestra que no eres bruja(El País); Rafael Guerrero
Moreno, con el ciclo La mujer y la memoria histórica (Radio
Andalucía Información), y Patricia Costa, con Violencia machista en la
tercera edad (RNE).
Se reproduce a continuación el artículo ganador del premio:
“Yo
quería sexo, pero no así”
June
Fernández
La
'primera vez' de Blanca fue una violación, pero le costó años reconocerla como
tal. Tenía 17 años y ligó con un compañero de clase en una fiesta de fin de
curso. El chico le gustaba, y se sentía preparada para tener sexo con él. Pero
en un momento dado su actitud le desagradó, y le pidió que parara. Él, lejos de
atender sus 'no', la empotró contra la pared, le tapó la boca y la forzó. Ella
respiró hondo e intentó relajarse para no sufrir lesiones. Se lo contó a sus
amigas sin darle mayor importancia: que había tomado dos cervezas y se dejó
hacer. Después de nueve años y dos relaciones de pareja marcadas por las
humillaciones y los abusos, fortalecida por la terapia y el contacto con el
feminismo, Blanca se reconoció como una mujer violada y lloró por primera vez.
Cuando
escuchamos la palabra 'violación', nos imaginamos una escena muy distinta: una
joven camina sola de noche, un desconocido la asalta y la fuerza brutalmente.
“Las agresiones sexuales que no se asimilan a ese imaginario de violaciones de
película se normalizan, se las considera 'otra cosa', o se culpa a la víctima
(que le provocó, que no dijo que no con la suficiente insistencia...)”, alerta
la psicóloga especialista en violencia de género, Norma Vázquez. El 'ligoteo'
es uno de los contextos en los que más agresiones sexuales se dan, apunta, pero
a las mujeres les cuesta identificarlas como tales, puesto que ellas querían en
un primer momento trabar relación o mantener un intercambio sexual.
Agresores
conocidos
Vázquez
dirige la consultaría Sortzen, responsable del estudio 'Agresiones sexuales. Cómo se
viven, cómo se entienden y cómo se atienden', publicado por la Dirección de Atención a
Víctimas de Violencia de Género del Gobierno vasco, que revela que la mayoría
de agresiones sexuales reportadas en 2009 ocurrieron de noche, pero la mitad
tuvieron lugar en un domicilio (no se precisa si en el del agresor o de la
víctima). La edad de la mayoría de las víctimas y de los agresores era de 26 a 35 años. El 60% de los
agresores emplearon la violencia física, pero sólo el 9% amenazaron con un arma
blanca.
En
Bizkaia, en el 86% de los casos había relación previa entre la víctima y el
desconocido; cifra que se queda en el 53% en Gipuzkoa, mientras que en Álava
todos los agresores eran desconocidos. “Los datos nos muestran las
características de las agresiones sexuales que se denuncian, no de las que
ocurren”, se matiza en el informe.
En
Castilla y León, la Asociación de Asistencia a Víctimas de Agresiones Sexuales y Violencia de
Género, Adavas, confirma que, según sus datos, tan sólo son 12-15%
de todos los delitos sexuales son asaltos de desconocidos. En la mayoría de
casos, “el agresor sexual se prevale de la cercanía con la víctima para
perpetrar sus ataques: la propia pareja o ex pareja, o los familiares,
cuidadores en el caso de menores, en los que la víctima no denuncia porque
piensa que no le van a creer”, explica Manuela Torres , abogada de Adavas.
El
límite del consentimiento
Lo
que le ocurrió a Blanca es, según el informe del Gobierno vasco, uno de los
casos más habituales: una mujer conoce a un hombre con el que le apetece tener
un encuentro, en un momento se siente a disgusto o no le gusta el rumbo que
toma la situación, y él la presiona o fuerza a seguir.
Para
la realización del estudio se contó con los testimonios de alrededor de 70
mujeres a través de grupos de discusión. Muchas reconocieron no tener claro qué
se puede considerar como agresión sexual. Por ejemplo, la mayoría no
identificaban como tal que el hombre se niegue a usar preservativo. En el
informe se alerta de que la actitud masculina tan extendida y normalizada de
insistir y presionar para tener sexo, hace que las mujeres acepten esa conducta
“como algo consustancial a salir de fiesta”.
Norma
Vázquez responde que el límite es “la coacción: si hay presiones, si el hombre
no ha respetado el 'no' de la mujer”. Pero reconoce que, a menudo, cuando el
agresor es conocido, la línea que separa una relación consentida de una forzada
es difusa. “Hay mujeres que empiezan diciendo que no, pero que ceden por la
presión, el chantaje, o por evitar males menores, como el miedo a la violencia
física. Esas mismas mujeres a menudo no lo consideran violencia, porque se
quedan con que finalmente aceptaron o con que ellas lo buscaron”.
La
psicóloga lamenta que la sociedad no entienda por qué una mujer no se opone con
firmeza a una relación sexual no deseada, y que la pregunta sea esa en vez de
cuestionar por qué muchos hombres siguen sin aceptar la primera negativa.
“Decir que no, mantenerlo y defenderlo cuesta”, recuerda.
Vergüenza
y culpa
“Sentí
culpa y vergüenza”, relata Blanca. “Porque yo había decidido que quería tener
relaciones, yo había decidido que quería irme con ese chico. Hasta le había
dejado que me bajase las bragas. Sentía que yo me lo había buscado y que no
tenía derecho a echarme atrás en el último momento. Me sentía tonta”, reconoce.
Haber
bebido, haber salido de casa con ganas de un revolcón o no haber sabido dar un
'no' contundente son algunos de los elementos por los que las víctimas se
sienten responsables de lo que les ocurrió, destaca la psicóloga. Si la
sociedad transmite a las mujeres que son ellas las que tienen que protegerse y
limitarse para no ser agredidas, cuando esto ocurre, su primera reflexión no
apela al agresor (¿por qué ha agredido?) sino a la víctima (¿por qué se metió
en esa situación?).
Incluso
las participantes del estudio que afirmaron no vivir la agresión con culpa,
admitieron que sentían que habían dado pie a ello. Por ello, uno de los ejes
principales en la atención que brinda Adavas en Castilla y León a las víctimas
de agresiones sexuales es transmitirles “que no han tenido la culpa de lo que
les ha sucedido y que una agresión comienza cuando se transgrede la barrera del
no y se daña así la libertad sexual de una persona”, señala la abogada de la
asociación.
Pero
una vez superado el sentimiento de culpa, persiste el miedo a ser juzgadas. Las
participantes en el estudio del Gobierno vasco opinaron que la sociedad y la
justicia tienden a señalar a las mujeres más que a los agresores. Un caso claro
que se citó en los grupos de discusión fue el asesinato (homicidio, según la
condena) de Nagore Laffage en las fiestas de San Fermín a manos de un
psiquiatra del hospital en el que trabajaba, José Diego Yllanes. Pese a que el
caso conmocionó a la ciudadanía vasca y navarra, dos preguntas flotaron en el
aire en todo momento. ¿Si no quería sexo, para qué subió a casa de Yllanes? ¿Y
qué hizo ella para que un tipo tan respetable
se volviera loco y la asesinase?
Cuesta
denunciar
De
las más de 70 mujeres entrevistadas para el estudio, Norma Vázquez destaca que
ninguna había denunciado las agresiones sexuales sufridas: “Nos decían cosas
como: 'Yo no me veo explicando al fiscal, al juez, a la médica... que sólo
quería un magreo, o que él se puso violento y me dio miedo, o que no supe decir
que no a tiempo'. Denunciar lo que está en el limbo de 'yo sí quería pero no
tanto' es dificilísimo. Es la pescadilla que se muerde la cola: se denuncian
las agresiones que más cumplen con el estereotipo de asalto con violencia”.
Blanca
admite que si hubiera sufrido esa agresión ahora, tampoco hubiera denunciado.
“¿Qué pruebas presentaría? Traté de relajarme en vez de oponer resistencia, por
lo que no me desgarró la vagina, no me golpeó ni me rompió la ropa. ¿Por qué me
iban a creer?”.
Conseguir
pruebas es mucho más complicado cuando no se trata de un asalto con violencia
por parte de un desconocido, reconoce Torres, pero señala que existe múltiple
jurisprudencia de que en esos casos el testimonio único de la víctima puede ser
tenido en cuenta como prueba suficiente, “ya que de lo contrario la mayoría
caería en la más absoluta impunidad”. Pero para ello hay que cumplir ciertos
requisitos: que no exista interés espurio para denunciar o una enemistad
previa, que el testimonio de la víctima sea verosímil y coherente.
Pero
según Vázquez, uno de los principales motivos por los que se descarta
interponer una denuncia es porque “sienten que tienen que exponer su
sexualidad, admitir ante diferentes personas que iban a acostarse con un
desconocido y que cuando les dio mal rollo no pudieron parar la situación”. Y
esto no ocurre sólo con las jóvenes, sino que las mujeres mayores “también
salen de marcha, también se quieren enrollar con gente”, y eso es difícil de
contar en un juzgado. Por ello, la psicóloga defiende la importancia de
denunciar para romper con la impunidad, pero entiende que “el desgaste y la
exposición que supone el proceso” las frene, y por ello reclama centrar las
respuestas institucionales y sociales en brindar acompañamiento a las víctimas.
La
abogada de Adavas confirma que “si la víctima cuenta con apoyo profesional
especializada desde el inicio, la respuesta penal suele ser adecuada al daño
ocasionado”. Como prueba, señala que el 73% del total de agresiones sexuales
denunciadas por la asociación entre 2010 y 2011 terminaron en una sentencia
condenatoria; menos del 10% de los agresores fueron absueltos, y en el resto de
los casos no se llegó a juicio, generalmente por falta de pruebas. Eso sí, en
2010-2011 una media del 40% no quiso interponer denuncia, sobre todo por miedo
a que no les crean. La abogada considera que, incluso cuando han pasado años
desde la agresión (pone como ejemplo los abusos sexuales en la infancia),
conviene denunciar si la persona lo desea, “porque ayuda a superar el episodio,
porque el abusador debe tomar conciencia de lo que hizo, y puede servir de
protección tanto a la víctima como a otras posibles víctimas”.
La
asociación brinda asistencia gratuita las 24 horas del día a través de un
servicio de emergencias, en coordinación con las demás instituciones. Se trata
de una atención integral con perspectiva de género por parte de un equipo
formado por psicóloga, abogada, trabajadora social, musicoterapeuta para
menores y voluntariado, cuya prioridad es que la víctima supere el trauma, que
no sienta culpa y que se sienta apoyada y comprendida en la toma de decisiones.
Además, la organización realiza actividades de sensibilización y denuncia, bajo
la premisa de que debe haber “una respuesta social adecuada y proporcionada
ante los ataques contra la libertad sexual, sin llegar a la alarma social”.
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