Emilio
Ruiz
Era
el 11 de julio de 2012. Como dos años antes hiciera su predecesor en el cargo,
José Luis Rodríguez Zapatero, llegado de la cumbre de Davos con la lección
aprendida, también el nuevo presidente, Mariano Rajoy, iba a exponer su
catálogo de ajustes y reformas para sacar a España del atolladero. Eran 35 las medidas, ni una más ni una menos,
y, una vez llevadas a cabo todas ellas, las cuentas públicas se iban a ver
aliviadas en nada menos que 65.000 millones de euros.
Ayuntamiento de Almería |
Cuando
aún no se ha cumplido un año de aquella comparecencia parlamentaria, las 35
medidas anunciadas por Rajoy se pueden clasificar en tres grupos: las que se
han llevado a cabo, las que han caído en el saco del olvido y, por último, las
que se quieren llevar a la práctica pero no se puede “porque el asunto es más
complejo de lo que parecía”.
Centrémonos
en el grupo primero y tercero. Hoy, once meses después del anuncio, son una
realidad: la eliminación de la paga extra, el incremento del IVA, la reducción
de la partida presupuestaria consignada a los partidos y sindicatos, la supresión
de bonificaciones a la contratación, la reducción de los días de libre
disposición de los funcionarios, la equiparación de las condiciones en
situación de incapacidad temporal de los empleados públicos a las del resto de
trabajadores, la reducción del número de liberados sindicales, la reducción de
la prestación por desempleo, la eliminación de la deducción por la compra de
vivienda y la modificación de la jubilación anticipada.
No
son una realidad, por el contrario, entre otras: la drástica reducción e
incluso eliminación de empresas públicas, la reducción del número de concejales
en un 30 por ciento, la homogeneización de las retribuciones de alcaldes y concejales,
la reforma de las Administraciones Públicas atendiendo a la premisa de
"una Administración, una competencia", el refuerzo del papel de las
Diputaciones Provinciales, el control de las cuentas públicas en el ámbito
local con el fortalecimiento del Interventor Municipal y la eliminación de
controles por diversos ámbitos administrativos.
Conclusión:
cuando las medidas que hay que tomar afectan a organismos y cargos públicos, el
reloj de las reformas entonces se para o, al menos, se ralentiza. Es lo que
está sucediendo con la anunciada reforma de las Administraciones Públicas,
principalmente la local. En este asunto, PP y PSOE defienden criterios más de
unión que de disidencia, si bien es cierto que, en el caso del partido del
Gobierno, las diferencias internas son notables entre lo que proponen los de
arriba –léanse miembros del Gobierno- y lo que están dispuestos a aceptar los
de abajo –léanse cargos municipales y gestores políticos de empresas públicas-.
El Proyecto
de reforma de la Administración Local
elaborado por el Gobierno ya ha tenido respuesta formal de los alcaldes y
concejales a través de la Federación Española de Municipios y Provincias
(Femp). PP y PSOE, tan discrepantes en los más variados asuntos, aquí van
cogidos de la mano. El documento elaborado, de 104 folios, es una enmienda a la
totalidad del proyecto gubernamental. Los alcaldes se niegan a perder
competencias, autonomía, poder y cargos.
¿Hacia
dónde consideran los representantes municipales que debe de ir encaminada la
reforma local? Nada, dicen, de meter la tijera de forma bruta. Y, sobre todo,
que cualquier paso que se dé debe “respetar la autonomía local
constitucionalmente garantizada”. Al organismo que preside el popular alcalde
de Santander, Íñigo de la Serna ,
y vicepreside el socialista alcalde de Vigo, Abel Caballero, el informe
denominado “Anteproyecto de ley de Racionalización y Sostenibilidad de la Administración Lcal ”,
aprobado por el Consejo de Ministros el 15 de febrero pasado, no le ha gustado
nada.
Considera
la Femp que la
reforma debe resolver el problema de “la prestación de las competencias
impropias, que absorben más del 25% del gasto público de los gobiernos locales”.
Respecto a la asunción de determinadas competentes de los municipios pequeños
por parte de las Diputaciones, considera que debe dejarse constancia de que un
gobierno municipal “nunca pierde la competencia, sólo cede la gestión”, dejando
de esa forma abierta la puerta de la recuperación de cualquier competencia
delegada por razones coyunturales.
En
el capítulo de los sueldos de los alcaldes, la Femp reclama que en el techo fijado por el
Gobierno (el sueldo de un secretario de Estado), se incluyan también todos los
complementos. De esa forma, los alcaldes de las grandes ciudades podrían
percibir en torno a 90.000 euros al año. Sobre los sueldos de los alcaldes de municipios
de menos de 1.000 habitantes (el proyecto del Gobierno deja a éstos sin
retribución alguna) la Femp
considera que, puesto que la mayoría de ellos no cobra nada, debe dejarse libertad
de decisión a cada Ayuntamiento.
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