José María Pérez Vicente
Abogado
Aunque nunca, nunca me gustó el personaje, he de reconocer que tampoco nunca,
nunca tuve a Mariano Rajoy por un insensato, ni antes de entrar en los
Gobiernos de Aznar, ni en los distintos ministerios y vicepresidencia que ocupó
durante los mismos, ni durante los largos años de líder de la oposición. Eso no
quiere decir que al no tenerlo por un insensato lo tuviera por una persona y
político de carisma atractivo, ni tampoco transparente ni muy inteligente. Me
parecía el clásico segundón, más empollón que de probado talento, dócil y fiel
al jefe y roedor de expedientes, por lo que, como suele ocurrir con este tipo
de personas, ni hacen sombra, ni la dejan de hacer, pues no sobresalen
precisamente por una buena y fresca sombra.
Mariano Rajoy |
Dicho esto y una vez en la
Presidencia del Gobierno, aunque uno no votara a su Partido,
sinceramente, como tantísimos miles o millones de españoles, esperaba bastante
más de él.
Tanto él como el PP llegaban de nuevo al poder con una aureola ganada en los tiempos de Aznar de ser un partido y una gente capaz de sacar a España en pocos meses del enorme barrizal en que de nuevo le habían metido los años de gobierno del partido socialista, con un Zapatero que nunca debió llegar más allá de las oficinas de PSOE en León, en donde su padre le había enchufado nada más acabar la carrera de Derecho, que no creo la hiciera con gran brillantez.
Pero Rajoy, hasta el momento, ha defraudado a propios y a extraños, a excepción de los más incondicionales a su persona o al PP, o a ambos, que también están en su derecho de ser fieles y leales seguidores hasta la muerte, aunque los arrastre con él. Chapeau, no a él, sino a ellos por su inquebrantable lealtad.
Esta reflexión general me viene, no al hilo de la manifiesta ineficacia del personaje hasta la fecha, sino de su mutismo, que no es lo mismo que la discreción, porque muchas veces un mutismo, que puede llegar al grado de una paranoia, es la peor de las indiscreciones e imprudencias para cualquier gobernante. Si se ha leído al "El Príncipe" de Maquiavelo lo sabrá.
Mi perplejidad es mayor cuando deduzco, por el funcionamiento del Estado y del propio sentido común, que Mariano Rajoy debe ser quizá el hombre más y mejor informado de España de todo lo que ocurre fuera y dentro del país. Al menos, de medios para ello dispone.
¿Por qué no habla, explica, informa, proyecta confianza y ánimo con su verbo ilustrado al confuso y desorientado y desesperanzado pueblo español…?
Como conozco algo a su asesor de comunicación y análisis político y de encuestas sociales, Pedro Arriola, me atrevo a aventurar que, posiblemente entre otras cosas, porque la estrategia zorruna le pesa más que la transparencia y la verdad.
Es consciente que algunos, muchos o pocos, le defienden y le respetan, pero que la mayoría ni le creen ni le quieren. Y el personaje no se esfuerza, por si al decir o hacer algo más de lo que hace o dice en un plasma, mete aún más la pata, y prefiere que el tiempo vaya pasando antes que le abran en directo, con cualquier pregunta indiscreta, un debate sobre el que no tenga a mano la chuleta que Pedro o cualquier otro de los cientos de asesores, le preparan a diario.
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