El País
El
poeta José Ángel Valente (Ourense, 1929-Ginebra, 2000) creció entre verdes
atlánticos y maduró entre grises ginebrinos. Para reconciliarse con España, escogió
el fulgor de Almería. Periferia providencial para un intelectual alérgico al
poder (que le rindió pleitesía a lo grande: Príncipe de Asturias, Reina Sofía,
Nacional de Literatura...) que amaba la luz, el mástil idóneo para otear aquel
nuevo país que se armaba sobre el esqueleto de una dictadura, que en 1971 le
había montado un consejo de guerra al poeta por un cuento titulado El
uniforme del general.
Valente
eligió Almería, en el borde del mapa, lejos de las alfombras y cerca del
esparto, en 1984 y le fue fiel desde su espíritu crítico, odiando sus vicios y
amando sus cualidades, cuando pensó en su muerte. Pidió que su vivienda,
restaurada con la entrega de un cartujo, se convirtiese en la Casa del Poeta, un espacio
para que los almerienses le reencontrasen a él y a la poesía.
Esta
fue la razón que llevó a su viuda, Coral Gutiérrez, a vender en 2003, tres años
después del fallecimiento del autor de Material memoria, al
Ayuntamiento de Almería el inmueble y su contenido, valorados en conjunto en
360.607 euros. “Tuve dos ofertas económicas más interesantes, pero eso la
convertiría en una casa particular y José Ángel quería que fuese para la
ciudad”, recuerda su viuda. “Cuando me marché de esa casa estaba triste, pero
encantada porque cumplía su voluntad. Lo dejé todo, desde el abrecartas de
plata mexicana a una vajilla. Al margen de la venta, hicimos una donación en la
que había obra gráfica de Chillida y Tàpies. Él ya había donado en vida su
biblioteca y sus documentos a la
Universidad de Santiago. Felizmente”, añade.
Ese
fue el espíritu, según la crónica de Ideal del 29 de octubre de 2003,
que asumió el alcalde, Luis Rogelio Rodríguez-Comendador (PP), en su primera
visita a la casa, además de anunciar la creación de una fundación y la
convocatoria de un premio literario para 2004 con el nombre de Valente del que
nunca más se supo.
De la Casa
del Poeta, tampoco. Diez años después de la compra, el hogar del autor de Fragmentos
de un libro futuro sigue cerrado. Si el espíritu del poeta vaga entre sus
muros decimonónicos, debe lidiar con un prolongado aburrimiento. Y lo poco que
ha ocurrido en este tiempo —unas obras que han alterado el estado original de
la casa, que figura en el catálogo de elementos protegidos del plan urbanístico
municipal— ha indignado a Coral Gutiérrez por atentar contra la voluntad de
Valente: “Que tú adquieras una cosa no te da derecho a destrozarla. He visitado
muchas casas de creadores y a nadie se le ocurrió mover una mesa. Tienes que
mantener las cosas tal y como las dejó él, que se pasaba la vida cuidando esa
casa. Estoy viviendo un drama con una impotencia total”.
En
esta década el destino del inmueble viró en varias ocasiones. Coral Gutiérrez
recibió del Ayuntamiento una propuesta de estatutos para crear una fundación,
que rechazó por su cortedad de miras. “Era miserable que para un poeta como
Valente, los únicos miembros de la fundación que proponían fuesen el alcalde y
algunos más del Ayuntamiento. A mí no me daban derecho a voto. Yo estaría
encantada de hacer una fundación donde tuviesen cabida universidades ligadas a
Valente como las de Santiago o Salamanca y otras instituciones públicas”,
explicaba esta semana en una cafetería de Madrid, recién llegada de Ginebra,
donde reside.
Paralizada
esta opción, se encargó un proyecto a la editorial El Gaviero para crear la Casa del Poeta que también
acabó en vía muerta. Luego por fin ocurrió algo: esas obras que han contrariado
a la viuda, especialmente dolida porque han sido acometidas por Ramón de
Torres, el arquitecto que restauró en 1985 la casa en plena comunión con el
espíritu poético de su propietario. “Al arquitecto que hace una casa, le dicen
que la destruya y no dice nada, no tiene la delicadeza de llamarme. ¿Se vuelve
insensible? Alguien tenía que haber dicho que no se podía hacer”, se queja
Coral, para quien el proyecto solo puede ser uno: dejarlo todo, tal y como
estaba en vida del escritor, y acoger recitales de poesía.
Ramón
de Torres asegura que se limitó a realizar obras de mantenimiento y a preparar
las instalaciones para facilitar las conexiones tecnológicas. También defendió
una propuesta para exponer las últimas fotografías del poeta, ya en una fase
crítica, realizadas por Manuel Falces “con la idea de que la casa se utilizase
para divulgar obra de otros creadores y dentro de la interrelación con otras
artes que había distinguido siempre a Valente”. Su recuerdo de la voluntad del
poeta contradice el de Coral. “Él quería un centro activo y no una casa-museo,
le horrorizaban”, afirma De Torres.
Sobre
esta disparidad se apoya el concejal de Cultura de Almería, Ramón Fernández
Pacheco, para justificar la inacción institucional. “En Almería hay un círculo
amplio de amigos de Valente, en los dos años que llevo he hablado con todos y
cada uno tiene una opinión diferente de lo que debe hacerse en la casa”,
sostiene. El edil admite que una década sin uso es demasiado tiempo y anuncia
que confía en sacar adelante un proyecto museográfico con el poeta como eje del
“que su viuda y todo su círculo se sientan orgullosos”. Sostiene que los bienes
retirados están guardados y se repondrán si el proyecto que se diseñe lo
contempla. “Y si hace falta reproducir algo que ya no está, viendo la capacidad
económica que tengamos, se hará”, añade, en alusión a la cocina, desmontada y
destruida pese a su singularidad.
Valente
repitió como una letanía que aquella casa le había escogido a él, mientras
vagabundeaba junto a Coral por las calles de la antigua medina. Desde su azotea
miraba el mundo —y la
Alcazaba , esa fortaleza que recuerda que hace 1.000 años
Almería bombeaba sabiduría sufí— y en el sótano-biblioteca se ensimismaba. Una
singular escalera de caracol conectaba cielo y subsuelo, universo y ombligo. En
Azotea en el sur escribió: “¿Cómo ascender si antes no hemos
descendido? Solo por eso, puedo ahora, arriba, en la plenitud celeste, convocar
el universo, llamar a los vivos y a los muertos, es decir, apurar mi luminosa
copa de sombra”.
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