Isabel Morillo
Jefa de Andalucía de El Correo de Andalucía
Días atrás, un consejero de la Junta se preguntaba con quemazón cómo debió de
ser tener ese mismo cargo cuando en la administración había dinero y no solo
penas, deudas y agujeros que tapar. “Debía de ser la leche”, bromeaba. No hace
tanto. Hubo un tiempo en el que los Presupuestos públicos eran un vergel y el dinero
entraba a espuertas. Los programas electorales se hacían a golpe de talonario y
así mismo se resolvían muchos problemas, sobre todo los conflictos que hacían
más ruido y ocasionaban más desgaste a los gobiernos. Hasta 2008, cuando se
quebró la curva de la felicidad, se gastó mucho y cinco años después los jueces
empiezan a dejar constancia de que los controles sobre ese dinero público eran
en muchas ocasiones laxos o casi inexistentes.
Había mucho dinero, el mismo que ahora hace falta |
Aquella abundancia presupuestaria fue el caldo de cultivo perfecto para
determinados personajes, hoy caricaturas de la cultura del pelotazo que se
impuso en España y en Andalucía, y que ahora, con seis millones de parados,
millón y medio andaluces, patean el estómago. En esa década se produjo el caso de los ERE, el mayor escándalo de corrupción
que ha sacudido Andalucía. Un rico pastel –millones y millones para ayudar a
empresas en crisis, muchos procedentes de la Unión Europea– al que acudieron
muchos presuntos corruptos: socialistas, sindicalistas y corredores de seguros
venidos a más. Es el máximo exponente de aquella década de 2000, con
presupuestos que encadenaban crecimientos, y donde había tanto que quizás
algunos debieron de pensar que por sisar un poquito –más de cien
millones de euros, van ya cuantificados de un fondo de más de mil– no pasaba
nada. No es el único caso. Y ninguna administración se libra.
Esta semana la justicia ha avanzado en otros tres episodios en los que anida
esa concepción de lo público muy alejada de la escrupulosa administración del
dinero de los ciudadanos. El caso de la Zona Franca de Cádiz, el de Invercaria o
el caso asesores de Pedro Pacheco ocupan la actualidad y los patrones son
similares. Nada de ingeniería financiera ni de alambicadas operaciones para
malversar dinero público -presuntamente aún en Invercaria– . Eran hasta cutres.
Leer las sentencias o las declaraciones judiciales enerva por el desahogo y la
caradura. Un portal de internet fantasma adjudicado a una empresa inventada, un
concejal pagando a sus militantes aprovechando su manejo de las empresas
municipales o un presidente de una sociedad pública metido a emprendedor y
poniendo en marcha un experimento de internet que nunca despegó porque, según
han declarado los propios socios, no había por donde cogerlo.
Sin olvidar otro caso en Atarfe (Granada), donde un empresario despechado ha
denunciado también en estos días que pagó mítines al PP “a cambio de futuros
favores”. La Fiscalía ha abierto diligencias. La versión política del timo del
tocomocho: el empresario untando al partido de turno para que supuestamente
después le llovieran contratos públicos. Nada raro. En la Zona Franca, dos exdelegados del PP de la etapa de Aznar han sido
condenado por el Tribunal de Cuentas a devolver 4,32 millones de euros que
gastaron en un portal informático llamado Rilco que nunca funcionó. La vía penal
sigue su curso. Todo apunta a que el portal fantasma sirvió para derivar dinero
público a Miami, a negocios de uno de los implicados.
En el caso de Invercaria, una sociedad pública de la Junta dedicada a
financiar proyectos de capital riesgo, los imputados acaban de empezar a prestar
declaración y aún queda mucho para conocer el fallo judicial. Sin embargo, lo
oído hasta ahora desvela más de lo mismo: ayudas públicas sin control riguroso,
dedazo y amiguismo en la contrataciones y proyectos fantasmas que tal y como
surgieron se guardaron fracasados en un cajón. El exdirector financiero ha
admitido que no tenía estudios universitarios ni sabía del mundo del capital
riesgo y que fue contratado por amistad. El presidente de la empresa en
cuestión, investigado por el Tribunal de Cuentas por el gasto de 25.000 euros
con la VISA oficial, asegura que todo fue legal y amparado por sus superiores.
Su idea fue otro portal de internet (Ferias Internacionales Virtuales de
Andalucía) para las pymes andaluzas con una ayuda de la empresa que presidía y
tres socios. Entre ellos, la empresa malagueña Novasoft, cuyo presidente ha
declarado que ni los socios estaban a la altura ni la idea tuvo recorrido porque
las pymes andaluzas no tenían infraestructura tecnológica. Aseguran que dijo
literalmente que el portal era una “basura” pero su abogado pidió retirar la
expresión. Costó un millón de euros de dinero público. Había mucho, era el
paraíso presupuestario. Tanto como lo que hoy falta.
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