Emilio
Ruiz
En
mis tiempos de maestro rural cada comienzo de curso rellenábamos una ficha por
alumno sobre sus datos personales y familiares y la situación socioeconómica
del entorno. Una de las casillas del cuestionario se refería a la profesión de
los padres. Para simplificar las cosas, directamente preguntábamos a los
alumnos por la ocupación de sus progenitores. “Mi padre trabaja en el paro” era
una respuesta bastante frecuente que no despertaba sorpresa alguna en el resto
de alumnos, que sabían de qué iba el asunto.
Como
hoy he empezado con una anécdota voy a seguir con dos más. Cada mes de agosto
suelo tener una comida de encuentro familiar con un amigo que es inspector de
Hacienda en Granada. Espero que no lea este artículo para evitarnos
incomodidades. El lugar elegido es un conocido restaurante de la costa del
Levante. La conversación inicial versa sobre lo típico: la situación de los hijos.
“Mi hija –nos contó la última vez- está haciendo un Erasmus en Inglaterra, pero
este verano está trabajando aquí, en los chiringuitos”. “Ah, eso está bien –le
digo- porque después, mira, cobra su paro y con eso…”. “¡Qué paro ni qué
leches! –me interrumpe-, a ella cada noche le dan sus 50 euros y adiós muy
buenas”. Frunzo el ceño. “¿Pero tú de qué vas, cómo te crees que están todos
los camareros que trabajan en estos chiringuitos que estás viendo?”. Vaya, y es
inspector de Hacienda.
Vayamos
con la otra: también sobre el hijo de un amigo. “Ahora trabaja los fines de
semana en el restaurante “tal” (me dice el nombre, muy conocido). Va los
sábados y domingos, como camarero en las celebraciones. Diecisiete horas cada
día y 100 euros por día. Entre eso y lo que cobra del paro, él se apaña”.
Dice
Visa Europe que la economía sumergida española mueve 201.300 millones de euros,
el 19 % del PIB, casi una quinta parte de la economía. Se podían haber ahorrado
el estudio: es de dominio público.
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