Miguel Ángel Blanco Martín
Periodista
Es la Almería del interior, otra
imagen de la provincia, nada que ver con la costa, los invernaderos, el
turismo. Es la Almería rural, austera, con su paisaje, sus formas de vivir y su
personalidad propia donde es posible encontrarse con el silencio desde el
interior personal. Ahí se encuentra La Amarguilla, una pedanía de Alcóntar, con
escasos vecinos, un territorio que sobrevive y resiste a pesar del despoblamiento
y la marginalidad, el aislamiento, el olvido y que pervive en la memoria de
quienes todavía tienen allí su hogar, de quienes nacieron allí y cada año
regresan a su raíz.
Fiestas de La Amarguilla |
Cada 25 de mayo, La Amarguilla renace
con motivo de la romería de San José. Y por consiguiente, el sábado pasado,
hubo de nuevo la cita con el lugar, una cita con otro tiempo, otro mundo, austero,
sobrio y duro, seguramente más auténtico, más sincero, sencillo y humilde, sin
hipocresías, donde todo el mundo se conoce y sobrevive desde la hospitalidad y
el sentido solidario de la vida.
Como todos los años, la imagen
del Santo es llevada a hombros desde Alcóntar hasta La Amarguilla, acompañada
por una pequeña banda de música y vecinos. El camino transcurre a pie, en medio
de un paisaje abierto, agreste, de montaña, entre imágenes de cortijos
rudimentarios, algunos abandonados, cerrados a la espera de algún regreso, y
una superviviente agricultura tradicional. Una vez en La Amarguilla todo se
repite, el ritual, aprendido desde siempre. Poco más de un centenar de vecinos,
algunos con la vejez en sus rostros, otros en la infancia, hay juventud y
madurez. Y en general, ganas de vivir. A todos los une el amor al paisaje que
los vio nacer. Y el futuro permanece.
La ceremonia es sencilla. Este
año no ha habido misa porque el sacerdote no pudo estar presente. Pero daba
igual, en lugar de la misa, estaba la reunión, la comunidad de los vecinos y
visitantes allí presentes, ante la imagen de su San José, adornado con flores,
en medio de una religiosidad popular marcada por la sobriedad y los
sentimientos. En realidad fue otra forma de misa, tan válida como la
establecida. Y allí estaban como todos los años, Loli Carvajal Daza y Francisco
Rodríguez Blanque, artífices de la Asociación de los Amigos de la Amarguilla, para
presentar la novedad de la adecuación del lugar, en un esfuerzo colectivo, con
una zona recreativa a disposición de todos.
La jornada transcurrió con
ambiente de participación festivo-popular, con alegría, con reconocimiento de
unos a otros, de quienes se ven año tras año. Y eso se observa en los rostros,
en las efusiones, saludos y en la palabra que recorre todos los grupos y
encuentros familiares.
Este año, como todos los años,
hubo comida compartida, concurso de parejas de pasodoble, juegos infantiles y
de adultos, sin faltar el caliche, que pervive en la mejor tradición de la
cultura rural, entrega de premios, sorteos. Y mucha alegría sana en un ambiente
donde todo se comparte sin pedir nada a cambio. El verdadero corazón de las
fiestas populares.
Este año hubo una novedad, el
recital “Entre músicas” de Yolanda Criado, una joven periodista e intérprete
almeriense, en una ardua tarea de investigación de rescate de las música
popular. Fue una gran revelación. Acompañada por José Francisco y Óscar, guitarra
y bandurria, Yolanda llevó a los presentes a un viaje por la música de
tradición oral, la copla y el folklore. El mundo rural tal cual a través de sus
canciones, con los ecos de los festivales de la Alpujarra o de los encuentros
de cuadrillas de los Vélez. Fue un recital donde todo el mundo estuvo a gusto
ante la extraordinaria voz de Yolanda, en un lugar apropiado.
Después, siguió la fiesta con el
paisaje hasta que el día se fue apagando. Y entonces, La Amarguilla se quedó
con su silencio peculiar en medio de un paisaje que afortunadamente resiste. Un
día, en un lugar inolvidable.
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