Pedro
M. de la Cruz
Director
de La Voz de
Almería
“Tu
estado de ánimo es tu destino”. La frase es de Herodoto y tiene hoy y tendrá
mañana la misma vigencia que cuando fue escrita aquel ayer de hace más de dos
mil años. Sólo basta con mirar alrededor para comprobar su acierto. A veces y a
pesar de la aparente complejidad de las situaciones sobrevenidas, es
aconsejable detenerse a ver pasar la vida y sus circunstancias. Es la mejor
manera de impedir que la riada de la confusión acabe anegando de fango
pesimista la voluntad de sobrevivir.
En
una época de crisis como la que atravesamos conviene recorrer el campo de minas
por el que transitamos siendo conscientes del alto coste de los errores pero, a
la par, sabiendo que hay que continuar la marcha eliminando el riesgo de acabar
convertido en estatua de sal si miramos atrás desde la nostalgia del tiempo
perdido. Y en ese caminar constante -ya lo dice el clásico: si te paras,
palmas-, en esa búsqueda de la orilla en medio de la tormenta, los almerienses
están siendo un ejemplo revelador de cómo el pasado es un espacio del que
partimos pero es el futuro al que queremos llegar.
Lo
hecho es importante; lo mejor está por llegar. Así se entiende que el lunes el
príncipe de Asturias inaugurara la nueva fábrica de Cosentino; o que hace unos
días la Junta
hiciese público que los consumidores habían dado la victoria (record de ventas)
a las hortalizas almerienses después de aquel mayo de hace dos años en el que
la toxicidad de una mentira pudo destruir nuestra fortaleza agrícola; o que
empresarios almerienses de obra pública se hayan asociado para llevar su contrastada
capacidad a Sudamérica; o que empresas almerienses extiendan sus redes en el
mercado estadounidense; o que más de cuatro mil quinientos almerienses aspiren
a obtener el certificado de la universidad de Cambrigde para avalar su
conocimiento del inglés a la hora de competir por un puesto de trabajo en Europa.
En
medio del tsunami de la crisis nadie puede sentirse a salvo. Pero entre esperar
sentados a que escampe o buscar fórmulas para guarecerse de la lluvia y seguir
adelante, el espíritu emprendedor almeriense ha optado por el único camino posible.
El
nivel de paro en la provincia es altísimo porque también lo fue el nivel de
empleo en los años en los que dimos trabajo a decenas de miles de inmigrantes
llegados a nuestras costas y a nuestra economía. Lo interesante es que, en
medio de la tempestad, el sector agrícola no sólo ha continuado manteniendo su
posición central en nuestra estructura económica -18 por ciento del PIB
provincial- sino que, además, está atravesando un importante nivel de
crecimiento y un sutil (y todavía insuficiente) movimiento unificador que aumentará
su fortaleza y disminuirá sus debilidades frente a la voracidad de las grandes
cadenas de comercialización.
La
agricultura ha sido -está siendo- nuestro sector refugio y a él debemos mirar
si tenemos intenciones de aprender. Porque en medio del mar de plástico y el
laberinto de alambre, lo que alumbra la mirada es la capacidad de nuestros
agricultores por innovar.
Está
escrito en la Torá
que no se hizo el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre. Ahí
radica una de las razones del éxito de nuestra agricultura: adaptar la
producción a la demanda del consumidor; no al revés. Y esa aspiración
irrenunciable de adaptarse a los nuevos tiempos debe trasplantarse a otros
sectores. El mármol lo está haciendo (¿qué es el Silestone y ahora el Teknon
sino una adaptación de la piedra a la demanda de los nuevos mercados?) y deberá
hacerlo la construcción mirando al turismo residencial o el propio sector
turístico mejorando las comunicaciones, complementando la oferta de sol y playa
y poniendo el valor nuestro altísimo patrimonio medioambiental.
No
sé si lo peor ya ha pasado. De lo que sí estoy convencido es que lo mejor está por
llegar.
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