Pedro Luis Ibáñez Lérida
Crítico literario
Dejo reposar el libro y
contemplo su portada. En la inconsciente y fiable certeza que, cumplida la
última página de su lectura, seguiré volviendo a él. No me es difícil precisar
la razón de esta relación que renace en cada libro, al que, como en este caso,
ya pertenezco. Existen obras para ciertos hombres. Y esta es una de ellas. No
quiera verse en esta reflexión la magna grandilocuencia de la afirmaciones sin
fisuras, al menos en el concepto. No es el caso. Tampoco la de suplir expresión
por devoción. En todo caso, fidelizar vida y literatura que en el lector
suscita la disposición anímica que trasluce el haber traspasado el umbral de la
obra y reconocer su distinción frente a otras. Me refiero a la mudez que sella
ese sentir íntimo. El calmo final que es principio del inmediato discurrir, que
se inicia tras conocer su geografía literaria. Y que, conocida ésta, aún
reverbera en la creciente espera que ya no tendrá fin.
Portada de "Pescadores del sur" |
La fotografía en blanco
y negro de la portada, rezuma ese sino de los tiempos que retorna como
nostálgico hechizo. Cabizbajos, contumaces y absorbidos por la tarea, los dos
hombres vierten el lirismo de su transido canto, que no es otro que el de la
decisión frente a la adversidad. Al fondo el claror de la serena mar embebida
en sí misma. Como estos Pescadores del Sur que suman y embarcan madurez y
juventud en la traíña. Bajo sus pies el vaivén de lo más hondo y enigmático: la
incontenible fuerza de la naturaleza. Los rostros denotan ensimismamiento y
convicción en su proceder. Duro y penoso
trabajo conciliar el amor y el temor a la mar.
Pescadores del Sur.
Orillas de Carboneras confiere al lector la empatía hacia un mundo alejado y
distante de su cotidianidad. Lo sumerge en el paisaje que besa a la mar como
vasta extensión azul de su cielo. El ser humano trasciende en la biografía
episódica de esta novela, centrada en los avatares de una humilde familia. La
dureza de las circunstancias se congracian siempre con el lugar al que
pertenecen. Una patria emocional y vivencial, donde la presencia de numerosas
calas solitarias y de playas de arena llenas de placidez contrastan con la
aridez de los materiales volcánicos y de los propios acantilados. En Ocnos, el
poeta sevillano Luis Cernuda –este año 2013 se celebra el quincuagésimo
aniversario de su fallecimiento en el exilio- apunta que hay destinos humanos
unidos a un lugar o paisaje. La miseria y la precariedad cercan a los
personajes y condicionan su vida. Sin embargo la resistencia tenaz y la templanza
son valores que enaltecen sus decisiones. Como señala Jesús, ante el
abatimiento, la desazón y los peores augurios sobre sus hijos Pedro y Simón, en
una de sus incursiones pesqueras al cabo Quilates, buscando mejores lances y en
pleno temporal, “Es verdad, cuando se ha nacido en el sufrimiento hay que
buscar las cosas de cara”. En ese pertinaz empeño, la audacia y el coraje
asentidos y en silencio conforman la verdadera dimensión emocional y
psicológica de una familia que, como tantas otras, malvive en tiempos
anteriores y posteriores a la
Guerra Civil en Levante almeriense. La supervivencia del
núcleo familiar se materializa en la adaptación a diferentes entornos y
circunstancias, pero siempre con la mar al fondo y en el pulso.
Antonio Carrillo Alonso refiere
varios planos descriptivos que vertebran la obra desde la hondura serena y
paciente. El valor antropológico se liga al histórico y social, que realza su
encanto y nobleza en la propia dimensión humana en el que se hallan y
localizan. El ser humano sostiene sus propias decisiones y las encarna o
desahucia, según consienta su conciencia. Porque como atina Andrés, uno de los
hijos de Jesús, subrayando su carácter autodidacta, fomentado por un maestro
bueno del pueblo, y su orgullo en conocerlo, que le acercó a la obra de J.
Conrad, El corazón de las tinieblas, “era lo suficientemente hombre para
enfrentarse a las tinieblas”. El escritor almeriense evoca desde el
conocimiento y la sensibilidad, a sus otrora compañeros y familiares
pescadores. La épica de unas vidas en constante embate y fragor frente al
paupérrimo horizonte. De esta manera salda una deuda para con sus iguales en
los que hallamos: la fortaleza y desnudez de lo primitivo frente a la callada
indolencia ante el tiempo detenido y los espacios cotidianos. La memoria se
alza, entonces, como signo involuntario de justicia. La intencionalidad
restaría integridad y esta obra acusa la honesta y sencilla pretensión de,
precisamente y porque está forjada por manos moldeadas por los soles y los
mares del Sur, mantenerse incólume y sólida, sin apoyaturas, artificios o miriñaques,
como una barca de jábega.
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