Susana Díaz, la heredera, trianera y bética


Isabel Morillo
Jefa de Andalucía de El Correo de Andalucía

El paseíllo triunfal de Susana Díaz (Sevilla, 1974) desde el hemiciclo a la cafetería del Parlamento tras terminar Griñán su intervención fue revelador. Como si caminara sobre una nube, vestida completamente de vaporoso blanco, rodeada de su cuerpo de guardia y sonriendo, Díaz dejó claro ayer que sabe que, con mucha probabilidad, en su currículum se escribirá en breve que es la primera mujer candidata del PSOE a la Junta de Andalucía. Si los críticos no lo impiden, Díaz se proclamará antes de las vacaciones como la presidenta in pectore de la Junta.

Susana Díaz
Nacida en el sevillano barrio de Triana, donde vive y ejerce, la consejera de la Presidencia lleva a gala su beticismo y su vinculación con las hermandades trianeras. Practica la Semana Santa y el Rocío, dejando claro que ser socialista no está reñido con lo que muchos se empeñan en ligar con los usos más rancios de esta ciudad.

Susana echó los dientes en el partido, se forjó en sus Juventudes, donde dicen que se aprende lo mejor y lo peor de la política, no tiene trayectoria profesional al margen del poder (es licenciada en Derecho) y ha estado en la primera fila de las batallas internas del siempre fratricida PSOE sevillano. Eso en su pasado le pesa. No deja indiferente a nadie. Sus detractores la retratan como la peor política, la más mala, que existe en el partido. Sus defensores bajarían al infierno por ella. “Es una grandísima mujer, una grandísima amiga y una grandísima política”, defendió ayer la presidenta del PSOE-A, Amparo Rubiales, mentora del club de fans que ha logrado con Carme Chacón como otra de sus rendidas admiradores. Por ella peleó frente a Rubalcaba en el último congreso regional.

Trabajadora incansable, apaga la luz en San Telmo cada jornada. Sus mentores dicen que en el último año, como consejera de la Presidencia, ha demostrado su capacidad y ha logrado “borrar” los peores tics de un aguerrido pasado político.

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