Emilio
Ruiz
Dicen,
quienes le conocen, que José Antonio Griñán es el más culto de los
presidentes que la Junta
de Andalucía ha tenido. Este mismo fin de semana el profesor Juan Torres
incidía en las páginas de El País
sobre ese asunto: “Es uno de los políticos españoles en activo mejor
preparados, más cultos y con una experiencia más dilatada en la gestión de todo
tipo de asuntos y de servicio público”. Yo no sólo no voy a poner en entredicho
el bagaje cultural de nuestro presidente, sino que, por la parte que me
corresponde y a pesar de la superficialidad de mis conocimientos, no puedo más
que ratificar esa tan generalizada apreciación.
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José Antonio Griñán |
Decía
Gadamer, el filósofo alemán, que el concepto de cultura flota en una indeterminación
singular. Y añadía que ninguno de nosotros es lo suficientemente sabio como
para poder decir lo que es cultura. A pesar de ello, creo que, afectivamente,
Griñán es un hombre muy culto. Pero se le nota que padece algún tipo de déficit
en cultura política. O, por ser más precisos, en cultura política de partido.
Del mismo modo que se puede afirmar que Griñán es el más culto de los
presidentes que Andalucía ha tenido, también se puede afirmar que ha sido el de
menos cultura política. O, por decirlo de otra forma, ha sido el menos político
de nuestros presidentes, excepción hecha, como es lógico, del primero de ellos, Plácido Fernández Viagas,
que no procedía del mundo de la política, sino de la judicatura.
He
departido en pocas ocasiones con quien va dejar de ser presidente de los
andaluces dentro de unos días. Tan pocas, que ha sido en una sola ocasión. Fue
una conversación, de seis personas, distendida -tanto que era con mesa y
mantel-, por motivos profesionales. Fue en Sevilla, hace ya muchos años. Era
consejero de Economía y Hacienda. Le acompañaba otra consejera que, al menos
hasta entonces, también era de las menos políticas: Concepción Gutiérrez, titular
de la Consejería
de Obras Públicas y Transportes. Me sorprendió que las primeras palabras de
Griñán fueran éstas: “Señores, no estamos aquí para hablar de política; si de
política quieren hablar, el lugar elegido no debe ser éste, sino la calle
Ferraz”.
Efectivamente,
dijo Ferraz, no San Vicente, creo que por error, y por algo más. Las primeras
palabras de la consejera Gutiérrez fueron igual de sorprendentes. No me atrevo
a entrecomillarlas, como he hecho con las de Griñán, pero estuvieron en la
misma línea que su compañero. Vino a decir que su compromiso político no era
con un partido, sino con un hombre, Manuel Chaves. Creí entender –no estoy
seguro de que no sea erróneamente- que quería decir que “pasaba” del PSOE, pero
no de quien la había designado para el cargo de consejera.
Como
me sentía desorientado por el giro que estaba tomando la reunión, y estábamos
sólo en los inicios, no me pude reprimir. Les dije que tenía entendido que el
acto tenía un motivo político y que no llegaba a entender de qué otras cosas
podíamos hablar más que de cuestiones políticas. Respondieron que el objeto era
informarnos de los planes de sus consejerías para el periodo que se avecinaba.
O sea, para hablarnos de política, pero a escala menor. Reconozco, ahora, que
fui brusco entonces: “Para eso, tal vez hubiera sido más eficaz una rueda de
prensa y mañana lo leeríamos en el periódico”. Además de brusco fui torpe,
pues, al final, efectivamente, terminamos hablando de política. Por eso me di
cuenta de que Griñán y Gutiérrez eran dos excelentes profesionales poco
comprometidos políticamente.
A
decir verdad, el carácter “apolítico” de ambos no me
sorprendió. Sí sorprendió a los otros tres colegas que formaban parte de mi
bando, pues entendieron lo mismo que entendí yo: que tanto uno como otro se
situaban algo al margen del partido que representaban en la Junta. A mí no me
sorprendieron porque yo sí conocía sus trayectorias orgánicas dentro del
socialismo, que eran igual a cero.
Desde
aquel día nunca he visto a Griñán como un político al uso. Siempre lo he visto como un
técnico. Un gran y honesto técnico con funciones de político. No me sorprendió
nada que Manuel Chaves se fijara en él como sucesor en la presidencia de la Junta de Andalucía. Pero me
llevé todas las sorpresas del mundo cuando el mismo Griñán revindicó la secretaría general
partido en Andalucía. ¡Él, que ni siquiera había ocupado un cargo de vocal en
una agrupación local, quería ser secretario general de la más importante
federación regional del PSOE! Casi ná.
Hay
otros episodios que ratifican, en mi opinión, el carácter poco político de
José Antonio Griñán. Uno de ellos fue el congreso regional de Almería. Me
sorprendió el escaso valor que concedía al consenso y la negociación,
consustanciales al bagaje de un buen político. La aritmética, en política, resulve decisiones momentáneas, pero no los problemas de fondo. Otro, la escasa sensibilidad
territorial a la hora de conformar sus gobiernos. Los almerienses, de esto, podríamos hablar largo y tendido. Y, por último, este episodio de
ahora. El proceso vivido recientemente por el PSOE de Andalucía es una prueba
fehaciente de que José Antonio Griñán ha sido el secretario general con menor
cultura política de cuantos secretarios generales ha tenido el partido. El más culto probablemente sí, pero el más inculto políticamente,
probablemente también.