Paco
Alonso
Periodista
/ Almería 360
El
día 30 de junio, domingo, comenzaron unos trabajos anunciados oficialmente el
día de antes por parte de La Voz de Almería, cuya información sin firma
venía a confundir a la población haciendo creer que se trataría de una
demolición instantánea. Fue el único aviso que se dio por parte de la empresa
propietaria y por parte del Ayuntamiento capitalino en torno al ajusticiamiento
de un edificio singular de la ciudad que meses antes había tenido sus campañas
de apoyo y su lluvia de ideas en torno al aprovechamiento que podría sacarse de
esa estructura. Había prisa, y esa prisa se incrementó notablemente una vez que
los movimientos pro-Toblerone fueron apareciendo a las pocas horas y subiendo
en adeptos en las siguientes.
El Toblerone que fue y ya no es / Almería 360 |
Se
había dicho desde un principio, apartada la cizalla gigante, que septiembre
sería el mes en el que concluiría un desmantelamiento poco sencillo como era
este. Sin embargo, a día 11 de julio, jueves, la última onza del silo del
mineral caía hacia lo que era su interior apenas una decena de días antes.
Almería, la tierra sin aceleros, en la que cualquier proyecto municipal tarda
lo que tenga que tardar, había batido su propio récord y había eliminado de su
propia faz una de sus señales más significativas. La calle habla, y gran parte
de la misma se afana en afirmar que esa inaudita celeridad se ha producido por las
denuncias interpuestas por los colectivos conservacionistas del edificio. No ha
sido uno, sino varias, pero poca obra se puede paralizar ya.
Tan
es así como se narra, que a las pocas horas de estar trabajando, apenas dos
días después del comienzo del desmontaje y de estar derruyendo sus pilares, las
tripas del gigante empezaron a ser visibles para los transeúntes del paso
elevado sobre las vías del tren. Los secretos del Toblerone quedaban al
descubierto, y ninguna presión iba a ser suficiente para que fuese indultado.
Es propiedad privada, y nos referimos al elemento ya desaparecido y al espacio
que ocupa, y en pos del socorrido soterramiento en breve se dispondrá de un
solar del que se erigirán, PGOU en mano, nada menos que cuatro torres de doce
plantas de altura cada una de ellas. La ciudad volverá a darle la espalda al
mar, colocando un muro donde había otro que, al menos, pertenecía a la
arqueología industrial almeriense.
Es
el momento de disfrutar, al menos eso sí, de una apertura de miras nunca vista
por las últimas generaciones de ciudadanos, porque en el tiempo que sea
oportuno, y retando a la crisis financiera y de construcción, cuatro colosos
volverán a tapar ese panorama ahora diáfano. Sí, es Almería, pero cuando
interesa se corre, y mucho, y con el Toblerone se ha volado literalmente. Los
trabajos siguen, chorro de agua en ristre para no levantar demasiado polvo
mientras se pican las paredes y chatarra dentro del recinto rectangular que ya
no tiene techumbre que lo tape. Desde la calle La Marina se ve la antigua
estación del ferrocarril, para dejar claro encima su abandono, y también se
divisan los altos edificios que bordean la Caterrera de Ronda. En el Colegio Mediterráneo ya
están colocadas las cintas para romper la pared común, y la valla junto al paso
elevado resiste como puede a pique de caer sobre los coches cuyos propietarios
se atreven aún a aparcar ahí. Eso sí, el Toblerone ya no está.
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