Pedro
M. de la Cruz
Director
de La Voz de
Almería
Los
almerienses tenemos una atracción irresistible por el gótico siderometalúrgico tardío.
La polémica que rodeó al Cable Inglés, la lánguida melancolía por los viejos raíles
por donde pasaba el tren del Almanzora mientras sonaban los violines de otoño
en unas estaciones que nadie utilizaba, o la resistencia frente al desembarco
de grúas y sierras para demoler el almacén de mineral son pruebas evidentes de
esa atracción fatal.
El Toblerone / Foto: José Miguel Gómez Acosta |
Es
evidente que no todas estas situaciones pueden ser valoradas desde una misma posición,
ya sea a favor o en contra de su mantenimiento o derribo. La valoración
arquitectónica, la simbología histórica, o su contribución al desarrollo futuro
no sólo son distintas en los tres casos, sino que, en algunos, puede llegar a ser
contradictoria.
El
Cable Inglés simboliza un referente histórico al ser la máxima expresión
plástica de la Almería
minera y exportadora; su estructura arquitectónica lo sitúa en la escuela de Eiffel
y su vinculación con el paisaje no perturba la trama urbana, sino que la
embellece. Circunstancias
todas ellas que no pueden aplicarse al gran silo del mineral.
Su
cajón no reúne ningún valor histórico ni estético, entorpece (y afea, porque mira
que es feo) la estructura urbanística de una zona llamada a ser un centro neurálgico
de la ciudad y la búsqueda de una utilidad social saldría tan cara que
resultaría un disparate. El amor en los tiempos del cólera fue una bellísima
ensoñación literaria; los sueños en los tiempos de crisis, una quimera
condenada a la melancolía del fracaso.
Porque,
sin entrar en valorar la legalidad o no de una expropiación del silo a sus legítimos
propietarios y, por tanto, del resarcimiento económico a que hubiera lugar (insisto:
si la ley lo permitiera) tras un acuerdo que se antoja difícil entre las
partes, la pregunta inmediata es ¿qué administración está en condiciones de
aportar decenas de millones para adecuar su estructura a un uso que nadie sabe
cuál debería ser?
Es
verdad que hay voces (muchas de ellas recogidas en la pluralidad de este
periódico) que han apoyado que en su interior se diseñe un gran centro cultural
que dinamizara y enriqueciera la oferta de la capital en un segmento tan
importante para la vida de los ciudadanos. La aspiración es legítima, pero no
lógica, porque ese gran centro sociocultural al que aspiran podría levantarse
en otro espacio de la ciudad con un coste infinitamente menor, sin las limitaciones
estructurales de una edificación ya realizada y sin la obligatoriedad de
perpetuar una estética de campo de concentración coronado de planchas de metal.
Según
las previsiones económicas contempladas en el plan especial del soterramiento,
con la operación del Toblerone, la
Sociedad para la Alta Velocidad en Almería va a enriquecer su
patrimonio con la disponibilidad de 60.000 metros cuadrados
que generarán unas plusvalías de alrededor de 90 millones de euros, que deberán
ir destinados a financiar el soterramiento; de forma casi inmediata desaparece
una barrera arquitectónica entre el centro y la playa a través de dos nuevos
viales que unirán la carretera de Sierra Alhamilla con Cabo de Gata; se
posibilita la construcción de tres edificios con capacidad para 730 viviendas
que, nos gustarán o no, pero, de una forma u otra, también contribuirán a
financiar el soterramiento: no hay que olvidar que los propietarios del suelo
deben aportar quince millones a la sociedad Almería Alta Velocidad. El solar
del actual silo será cruzado en el futuro por tres viales de 20 metros de ancho que
ayudarán a la movilidad de la zona.
La
calidez y ardor sentimental que argumentan los que aspiran a su mantenimiento
no se conjuga bien con la frialdad de los datos que defienden quienes apuestan
por su demolición, pero esa es la realidad. Si el Cable Inglés lleva años varado
en la incapacidad de una administración que no encuentra ideas ni fondos para
su rehabilitación (siendo una estructura arquitectónica de valor que embellece
la ciudad) espanta pensar lo que supondría desandar los acuerdos plenarios
adoptados, iniciar un proceso de expropiación de extremada dificultad
jurídico-administrativa, satisfacer los costes indemnizatorios a que hubiera lugar,
diseñar un proyecto a satisfacción de todos dentro del antiguo almacén y, por
último, buscar las decenas de millones que costaría su puesta
a disposición de los ciudadanos.
Soñar
no cuesta nada. Hacer realidad algunos sueños, sí. Y lo que es peor: algunos pueden
acabar en pesadillas interminables.
Según mi humilde opinión en el caso Toblerone existe el mismo problema que en la política española. Me explico:
ResponderEliminarLas ciudades (y la politica) han dejado de ser para sus ciudadanos, se han convertido en una especie de ente propio con vida propia. Ya no existen ciudades de ciudadanos, sino ciudades que se "abastecen" o se "financian" con proyectos y mas proyectos urbanisticos. Ya no importa lo que los ciudadanos crean o quieran, son seres-ciudad individuales cuyas necesidades y querencias parecen estar por encima de la de sus habitantes.
Es como si los propios habitantes de una ciudad como Almería u otra cualquiera, hubiesemos creado un monstruo, un animal que tan solo atiende a las necesidades y gustos de los políticos que cada 4 años ocupan su dirección.
Por otra parte.....si lo del Toblerone es soñar, el engañabobos del soterramiento (al que se supone va destinado el dinero de su derribo) no es un sueño, es una pesadilla para jugar a la política...que no al confort ciudadano.
Cristrobal