José Fernández
Periodista
El corazón (y acaso la tiniebla) de la política andaluza no está en los despachos de palacio, ni en los juzgados, ni en los soleados patios de las prisiones. Tampoco está en la incandescencia de las portadas y las redes sociales. El punto donde convergen las miserias y los quebrantos de la comunidad europea más maltratada por su clase política es el espejo del cuarto de baño donde el todavía presidente de la Junta de Andalucía, José Antonio Griñán, se mira cada mañana en soledad. Nada hay más desolador que el autorretrato de un hombre reflejado ante sí mismo, como no hay juez más inflexible que el tipo que te mira, a veces como un desconocido, desde el otro lado del espejo.
Griñán |
Lo de menos es la peripecia judicial que eventualmente pueda afrontar quien, por fuerza, hubo de autorizar o al menos conocer la red de delincuencia institucional urdida minuciosamente durante años en el seno de la Junta de Andalucía. Lo peor de todo es el destrozo que toda esta jerarquía ha causado en la estructura social de una Andalucía que tras permanecer sepultada por siglos de abandono, ha sido apuntillada por tres décadas de indecencia.
Igual que su mentor, Manuel Chaves, José Antonio Griñán también sale huyendo de la presidencia de la Junta de Andalucía, pero ahora con el agravante de haber legado el cetro por decreto a una heredera manifiestamente incapaz y tras haber consumido un tiempo y unos recursos preciosos en amalgamar un pacto de perdedores con una coalición radical que no ha aportado más que ocurrencias, delitos y aprovechamientos inmobiliarios indignos. Ya no es por lo que haya permitido o no impedido robar, señor Griñán; es por la miseria que nos deja.
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