Antonio Felipe Rubio
Periodista
Compungido por la galopante depravación urbanística de la
ciudad, asisto, inerme y dolido, a la inminente demolición de la castiza
pasarela peatonal de Pescadería. Adiós a la sublime atalaya que, a modo de alcázar
marinero, iba dejando vista atrás a La Alcazaba para arrumbar al Puerto Pesquero con la
certeza de atisbar el reflejo de la selena reina de las mareas en el espejo del
“inmenso coral que es nuestra hermosa Bahía”.
Pasarela de Pescadería |
Subir a la pasarela era prolegómeno de hacerse a la mar:
subir, permanecer en la cresta y bajar; es como el seno y la cresta de ola.
Incluso, sus majestuosos y firmes candeleros de barandilla asemejaban los
guardamancebos de cubierta que daban seguridad y oportunidad para otear desde
una figurada regala que las manos endurecidas por el trabajo han acariciado en
la partida, deseando aferrarla con fuerza tras una azarosa travesía.
No hacía falta ganar andariveles de vergas ni escalar
flechastes en los brandales, el paso elevado nos ofrecía la panorámica de
grácil gaviota. Qué deleite observar desde esta cofa de singular privilegio las
montañas de granel a la intemperie, la nueva fortificación de contendores o la
serena senectud de los tejados de Uralita; sin menosprecio del familiar aroma -también
arrebatado- de las naves de La
Foca. Por cierto, inminente víctima de la insaciable piqueta
municipal del bastión histórico almeriense; como si se tratase de un voraz
leviatán, insensible y arrogante.
Ahora, esa gaviota que acompaña a las traíñas graznando
la algarabía de una abundante pesquería, se convierte en amenazante plomizo
destructor del “istmo de la alegría”. No en vano, qué son los puentes y
pasarelas sino istmos que salvan las distancias y aproximan amores y añoranzas.
Atrás quedan jirones como grímpolas que, en su día,
anunciaron el enlace de Paco y María. Ahora, la empavesada matrimonial de
Joshua y Vanessa desaparece en compañía de ajados gallardetes que recuerdan
fiestas de convivencia sindical (huelgas) que se resolvieron sin la menor
molestia y edificante civismo.
Desde mi atormentada soledad, no atisbo defensa y
resistencia alguna al excepcional patrimonio repleto de belleza e historia. No
aguanto más. Prorrumpo en sollozos cuando, aún húmedo mi rostro en el llanto
por la muerte del Toblerone, se mezclan sensaciones salinas y ferruginosas.
¿Dónde estáis? Qué ha pasado con la atenta vigía de
épicos titulares, serviolas de la cultura, dolorosas procesiones, juglares
ingeniosos y otros tritones y nereidas que solemnizan el indeleble patrimonio
de la esencia verdaderamente almeriense. Oh, dolor. Dolor de pasarela. Quizá sea eso… de pasarela.
Cuestionamientos poéticas a parte. ¡Oh adalid de
ResponderEliminarpolémicas insulsas! ¿porqué aplicas tan antitéticos criterios en tu anterior artículo sobre el "Toblerone"?
Espécimen baboso del lamentable y comprado periodismo que vivimos.Comparar el Toblerone con esto es lo mas despreciable que he oído o leído desde el último programa de La Luna.
ResponderEliminarsaludos Pepe Criado. No acostumbro responder anónimos. En tu caso, agradezco el comentario asumiendo la insultante crítica. Aclaro, no comparo pasarela con toblerone, es un juego irónico sobre la sobreactuación de la "defensa" de supuestos valores. Es simple escarceo literario con fondo irónico.
ResponderEliminarSobre el Toblerone y El Corte Inglés seguiré informando.
cordial saludo.