José
Manuel Cuéllar
Periodista
/ Abc
Más
allá del desierto de Clint Eastwood y Sergio Leone, un poco más allá, se
encuentra Vera. No es Vera propiamente, sino lo que la rodea lo que nos atrae
la atención. Porque en realidad hablamos de Vera y sus circunstancias, que
son varias y numerosas: El Playazo de Vera, el oasis nudista (hotel incluido),
Garrucha y el Pueblo Indalo, todo muy cerca, a tiro de piedra.
El Playazo de Vera |
Porque
lo cierto es que este trozo de litoral no se entiende por separado sino de
forma conjunta. Corres por la arena del Playazo de Vera y en dos kilómetros te
topas con las gambas de Garrucha y su cine de verano, imprescindible en todo
estío que se precie. Sigues corriendo junto a las olas y en pocos minutos te
plantas en el Pueblo Indalo, casi unido todo duna con duna.
En
Vera y sus aledaños el viento destierra al sol y más te vale usar las
protecciones 50 porque en esa luz continua con el eolo soplando se te van las
mañanas y tardes enteras y ni te das cuenta de que acabarás cual gambón inglés.
Con
dicho viento por bandera, el Playazo es tierra prometida para el surf, las
cometas y la vela, que por allí reinan por doquier. Pero todo esto son lugares
públicos. Para los estudiosos playeros, lo mejor es adentrarse en carreteras
secundarias, más allá del Pueblo Indalo, para llegar a El Sombrerico, una
cala mitad nudista mitad textil, pero que es la joya de la corona en la zona.
Esta playa debe su nombre a la curiosa forma de un pequeño islote situado en
ella y se trata de un espacio de 600 metros de longitud por 15 de anchura.
Piedras en la entrada del agua y algo más allá, pero el verdadero tesoro
de la playa es su chiringuito: el Manacá, donde se puede disfrutar de la mejor
paella, de largo, que se puede probar en el litoral mediterráneo (muy superior a
la valenciana sin ir más lejos).
Tirando
más allá de Vera o Garrucha, se ha alzado el litoral del Pueblo Indalo, que
está compuesto por una batería de chiringuitos, bares chill out, restaurantes y
hoteles que llegan casi desde el mismo Garrucha hasta el final del litoral,
justo donde se alza el hotel Indalo.
UN
«TEE» EN EL CIELO
Y
puestos a perderse, váyanse a pegar unas bolas al campo de golf de La Marina , único en su especie,
sobre todo si suben al hoyo 3. Un tee en las nubes, en el pico de la montaña, cerca
del cielo, con el mar como horizonte y un abismo que salvar para poder llegar a
calle. Una maravilla de diseño que, no obstante, penaliza, con sus lagos y
arbustos sin fin, a los principiantes.
Por
último, y como variante el campo de golf está el cortijo de Turre, que es
especial pues es un amago de campo donde por la noche corren jabalís y su
configuración es tan especial que golpeas entre bichos de diversa índole dentro
de un trazado complejo y exótico. Eso sí, su terraza para cenar entre velas y
junto a un pub de tono irlandés-andaluz es casi inigualable
Así
que tienen de todo y para todos pues para finalizar es indispensable la cena
en el jardín del «Casablanca», precioso restaurante con excelente cocina y
belleza entre palmeras. Para acabar el día no hay mayor lujo.
A
tiro hecho
Dónde
dormir
Amén
en los chalés de Veramar, hasta cuatro complejos, los hoteles México, Reina, o
Zimbali están casi a pie de playa. También existen urbanizaciones naturistas.
Interesante el Hotel Indalo.
Dónde
comer
Los
chiringuitos de la playa son famosos por sus paellas, con especial mención para
el Manacá. También el Lemon Lounge y para la noche, el Casablanca, entre
Garrucha y el Pueblo Indalo. Las gambas y los caracoles de Garrucha,
imprescindibles.
Dónde
divertirse
En el
litoral playero apunten La
Mar Salada , El Aku Aku, el Babel y el Buddah.
Si crees que bonito ver pisos, duplex y apartamentos a medio construir. Y otros construidos en zonas inundables... vaya tela.
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