La ausencia de Almería, un error

Antonio Avendaño

Director de Andaluces.es

Del mundo municipal al mundo gubernamental. A excepción de tres de ellos, los nueve restantes miembros del Gobierno andaluz, incluida la presidenta Susana Díaz, han sido concejales o alcaldes. Con esa improvisada estadística en la mano podría concluirse que el nuevo Ejecutivo tiene un perfil fuertemente callejero y municipalista. O por lo menos municipal. Otra cosa bien distinta es saber exactamente qué significa y qué alcance político puede tener el hecho de que haya tantos exalcaldes y exconcejales en el Gobierno, pues al fin y al cabo quien verdaderamente marca el perfil de un gabinete es su presidente.

Teniendo en cuenta que no hay dinero y ni perspectivas de haberlo a corto ni medio plazo, es difícil saber cuál será el perfil que Susana Díaz imprima a su equipo. Haber sido alcalde o concejal sí garantiza, en todo caso, que uno comprende mejor los problemas de quienes siguen siendo alcaldes o concejales. Otra cosa bien distinta es cómo dar forma y contenido político a esa comprensión, pues tal cosa depende, primero, del dinero disponible y, segundo, de la presidenta.

Gobierno andaluz

Un Gobierno discreto (en el buen sentido de la palabra)

Tal vez no se esperaban muchas sorpresas en el nuevo Gobierno, pero la verdad es que tampoco se esperaban tan pocas. Tan pocas en el sentido de que no hay en él ningún nombre de relumbrón, lo cual tampoco es una sorpresa teniendo en cuenta que el cargo de consejero de la Junta de Andalucía debe ser uno de los peor pagados de España teniendo en cuenta los líos que a uno le esperan cuando lo ejerce.

El nombre más novedoso es el del consejero de Economía, José Sánchez Maldonado, catedrático de Hacienda Pública de la Universidad de Málaga que ha sido el padre intelectual de buena parte del equipo económico de la Junta de Andalucía de los últimos años. Por sus clases han pasado nombres tan solventes como los de Antonio Ávila, Antonio Lozano o Juan Antonio Cortecero (por cierto, que a la nueva consejera de Hacienda no le vendría nada mal en su equipo alguien de la discreción política y la solvencia profesional de un Cortecero). Maldonado no tiene, en cambio, un gran recorrido político. Duró poco de concejal y duró poco de presidente del Puerto de Málaga. Es de suponer que la presidenta le habrá recordado que de consejero de Economía está obligado a durar más.

La región es contingente pero la provincia es necesaria

Lo de Andalucía está bien. Lo del Gobierno andaluz está bien. Lo del Estatuto está bien. Pero, cuando se hace un nuevo Gobierno, las provincias que no son Sevilla siempre se preguntan lo mismo: y de lo mío, ¿qué? La gente se siente andaluza, sí, pero siempre que no le toquen lo suyo. Y lo suyo, lo nuestro, es la provincia.

Huelva y Almería se han quedado sin consejero y ya vuelan interpretaciones como flechas envenenadas. Si tanto manda Mario Jiménez, ¿cómo es que no hay ningún consejero onubense? Si tan importante es recuperar Almería para que sea menos murciana y más andaluza, ¿cómo es que no hay alguien del oriente sentado en la mesa del Consejo de Gobierno? Si tan sevillana de la misma Sevilla es Susana Díaz, ¿cómo es que los boquerones de Málaga acaparan nada menos que tres sillones? Pero el número de consejerías socialistas es más limitado que nunca y era imposible contentar a todos. No obstante, la ausencia de Almería en el Consejo es un error. Del mismo modo que la ausencia de Huelva es un enigma.

¿Habrá alguna Magdalena Álvarez en el Consejo?

Desde la óptica sevillana no hay en el nuevo Gobierno “gente conocida”, pero eso mismo se decía cuando Manuel Chaves fichó a Magdalena Álvarez a mediados de los noventa y luego se reveló como una parlamentaria que aportó frescura, rigor y desparpajo en la cámara del Hospital de las Cinco Llagas. No sabemos si entre los nombres fichados por Díaz hay alguna Magdalena agazapada, pero le vendría bien al Gobierno, le vendría bien al Parlamento y, sobre todo, nos vendría bien a todos.

Un Gobierno de melones sin catar

Puede ser un problema, pero tampoco el Palacio de San Telmo es ninguna finca de Tomelloso, que no puede permitirse el lujo de que sus melones le salgan sosos. El primer melón sin catar es, cómo no, el melón presidencial. Susana Díaz ha llegado a presidenta muy joven y nadie sabe si eso será para bien, será para mal o simplemente no será. El consejero Maldonado y las consejeras Víboras, Serrano o Sánchez Rubio son a su vez melones sin catar. Habrá que esperar un tiempo a ver si compensan la falta de dinero con audacia e inventiva.

Del nuevo consejero de Presidencia, Chiqui Jiménez Barrios, es más comprometido decir que es un melón por catar. Ciertamente, nunca ha sido consejero y menos de un departamento tan crucial como Presidencia, pero conoce bien el paño de la política y también el paño de su partido, que en Cádiz ha venido siendo en los últimos tiempos un paño siempre a punto de romperse por los estirones de unos y otros. El PSOE de Cádiz es una buena escuela para ser consejero de Presidencia.

Montero, Llera y Alonso: los intocables

Son los tres nombres que ha respetado la presidenta de la herencia gubernamental recibida de José Antonio Griñán. De los dos primeros se oyó en algún momento que podían salir del Gobierno, pero, obviamente, la información era mala. El fiscal Emilio de Llera es un hombre respetado en el difícil mundo de la justicia y la presidenta confía plenamente en él. Como todas las consejerías, Justicia e Interior tampoco tendrá dinero. Pero si no tiene dinero que al menos tenga información, buena información, habrá pensado tal vez la presidenta.

Por su parte, Luciano Alonso es un histórico en un Gobierno sin apenas consejeros históricos. Y lo bueno de los históricos es que igual valen para un roto que para un descosido, y eso en política es más importante de lo que parece. María Jesús Montero es, a su vez, una garantía; al menos lo ha sido en Salud. Hacienda, por supuesto, es otra cosa.

Carmen Martínez Aguayo también procedía de Salud antes de recalar en Hacienda. En un sitio se cuentan enfermos y en otro se cuentan euros. A Montero le tocará lo peor: contar euros enfermos. Va a necesitar mucha suerte para no enfermar (políticamente) ella misma.

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