Nostalgia garrapatera

Pablo Requena
Periodista

Si me pongo en la piel de un niño almeriense (un niño de clase media que tiene la suerte de no dar clases en las barracas de la Junta y cuyos padres conservan sus empleos a pesar de la política laboral rajoyesca) llego a una conclusión: Almería está perdiendo diversión a raudales para los más pequeños. Otra cosa distinta es el cambio en la forma de divertirse de los niños de hoy en día, que mayoritariamente parecen preferir tirarse la tarde encerrados entre cuatro paredes con la playstation o el twitter. Pero, suponiendo que el zagal al que me refiero sea de la vieja escuela y disfrute jugando en cualquier sitio menos en su casa, muchos convendrán conmigo en que, ciertamente, los jóvenes almerienses ya no podrán deleitarse nunca más saltando desde el cajón, denominado por la burocracia del lugar como ‘cable francés’.

Cable Inglés
Nunca jugarse la vida fue tan divertido. Allí mismo, en el cajón, la vida sentaba cátedra sobre quiénes eran dignos y valientes, y quienes unos cobardicas; los que saltaban y los que no lo hacían. Claro que, si no había bemoles a saltar desde tan alta y oxidada plataforma (algo que no era sino una muestra de inteligente sentido común), siempre tenías la ocasión de redimirte adentrándote, desde el mismo cable francés, por un oscuro túnel subterráneo, asediado por el polvo rojizo del mineral de Alquife que tanto daño hizo en su día a esta ciudad; un túnel que daba a parar a las vías del tren, justo frente al Toblerone, y del que no era nada sencillo escapar.

El cajón, la cueva de Conan o el mismo Toblerone han sido lo más parecido a un parque de atracciones que Almería ha ofrecido nunca a sus churumbeles. Que ya es triste. Casi tanto como aquellos rumores malintencionados sobre inminentes llegadas de eurodisneys o eurovegas de turno. Ya nada queda de ninguna, ni de las que existieron realmente ni de las que lo hicieron sólo en nuestras ilusiones. Ni siquiera queda mucho ya de la vega de Acá. ¿La vega de Acá era divertida para un niño? La vega era una jodida selva amazónica para los pequeños tuaregs almerienses que cazábamos sapos, culebras, ratas, gatos, periquitos e incluso puercoespines. Hoy sólo encontraríamos algo similar en monumentos como El cortijo del fraile, la Alcazaba o la estación de ferrocarril antigua.

Abandono la piel del niño contemporáneo para regresar a la mía de cavernícola del siglo pasado, y veo que en uno o dos años (o en tres o cuatro: en Almería nunca se sabe) se abrirá al público la esperada ‘ciudad de los niños’, que va a costar más de once millones de euros y que aspira a convertirse en referente en toda Andalucía. Creo que, para un menor, esta ‘ciudad de los niños’ no será ni la mitad de atractiva como saltar desde un embarcadero abandonado, adentrarse en un mugriento silo de mineral, creerse Conan el bárbaro o hacer de Cocodrilo Dundee en la vega de Acá, y lo pienso porque basta con que sus padres y gobernantes no sólo no les prohíban que vayan, sino que les animen a ir, para que pierda todo interés.

De momento, yo me conformaría con que esta futura opción de ocio familiar, legal y potencialmente nada peligrosa, inhiba a niños y adolescentes de practicar juegos y actitudes tan poco recomendables como el uso que algunos le dan al edificio del Mercado Provisional del ayuntamiento. La imagen que acompaña este texto (obtenida hoy mismo) da fe de ello. Es cierto que siempre tiene que haber gente para todo, pero si logramos que cada vez haya menos garrulicos, sin duda será un comienzo.

1 comentario:

  1. Anónimo8/9/13 03:49

    Si es que hemos cambiado!!Ante se jugaba en la calle(por ejemplo en mi barrio)porque apenas habia coches y trafico,se hacian locuras como tirarse de puentes porque no habia parques,con una pelota y dos trompos eramos felices y ahora tenemos la PS3,todo cambia amigo,no son tiempos ni mejores ni peores solo distintos.

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