Periodista
Si
me pongo en la piel de un niño almeriense (un niño de clase media que tiene la
suerte de no dar clases en las barracas de la Junta y cuyos padres conservan sus empleos a
pesar de la política laboral rajoyesca) llego a una conclusión: Almería está
perdiendo diversión a raudales para los más pequeños. Otra cosa distinta es el
cambio en la forma de divertirse de los niños de hoy en día, que
mayoritariamente parecen preferir tirarse la tarde encerrados entre cuatro
paredes con la playstation o el twitter. Pero, suponiendo que el
zagal al que me refiero sea de la vieja escuela y disfrute jugando en cualquier
sitio menos en su casa, muchos convendrán conmigo en que, ciertamente, los
jóvenes almerienses ya no podrán deleitarse nunca más saltando desde el
cajón, denominado por la burocracia del lugar como ‘cable francés’.
Nunca
jugarse la vida fue tan divertido. Allí mismo, en el cajón, la vida
sentaba cátedra sobre quiénes eran dignos y valientes, y quienes unos cobardicas;
los que saltaban y los que no lo hacían. Claro que, si no había bemoles a
saltar desde tan alta y oxidada plataforma (algo que no era sino una muestra de
inteligente sentido común), siempre tenías la ocasión de redimirte
adentrándote, desde el mismo cable francés, por un oscuro túnel subterráneo,
asediado por el polvo rojizo del mineral de Alquife que tanto daño hizo en su
día a esta ciudad; un túnel que daba a parar a las vías del tren, justo frente
al Toblerone, y del que no era nada sencillo escapar.
El
cajón, la cueva de Conan o el mismo Toblerone han sido lo más parecido a un
parque de atracciones que Almería ha ofrecido nunca a sus churumbeles. Que ya
es triste. Casi tanto como aquellos rumores malintencionados sobre inminentes
llegadas de eurodisneys o eurovegas de turno. Ya nada queda
de ninguna, ni de las que existieron realmente ni de las que lo hicieron sólo
en nuestras ilusiones. Ni siquiera queda mucho ya de la vega de Acá. ¿La vega
de Acá era divertida para un niño? La vega era una jodida selva amazónica para
los pequeños tuaregs almerienses que cazábamos sapos, culebras, ratas, gatos,
periquitos e incluso puercoespines. Hoy sólo encontraríamos algo similar en
monumentos como El cortijo del fraile, la Alcazaba o la estación de ferrocarril antigua.
Abandono
la piel del niño contemporáneo para regresar a la mía de cavernícola del siglo
pasado, y veo que en uno o dos años (o en tres o cuatro: en Almería nunca se
sabe) se abrirá al público la esperada ‘ciudad de los niños’, que va a costar
más de once millones de euros y que aspira a convertirse en referente en toda
Andalucía. Creo que, para un menor, esta ‘ciudad de los niños’ no será ni la
mitad de atractiva como saltar desde un embarcadero abandonado, adentrarse en
un mugriento silo de mineral, creerse Conan el bárbaro o hacer de Cocodrilo
Dundee en la vega de Acá, y lo pienso porque basta con que sus padres y
gobernantes no sólo no les prohíban que vayan, sino que les animen a ir, para
que pierda todo interés.
De
momento, yo me conformaría con que esta futura opción de ocio familiar, legal y
potencialmente nada peligrosa, inhiba a niños y adolescentes de practicar
juegos y actitudes tan poco recomendables como el uso que algunos le dan al
edificio del Mercado Provisional del ayuntamiento. La imagen que acompaña este
texto (obtenida hoy mismo) da fe de ello. Es cierto que siempre tiene que haber
gente para todo, pero si logramos que cada vez haya menos garrulicos, sin
duda será un comienzo.
Si es que hemos cambiado!!Ante se jugaba en la calle(por ejemplo en mi barrio)porque apenas habia coches y trafico,se hacian locuras como tirarse de puentes porque no habia parques,con una pelota y dos trompos eramos felices y ahora tenemos la PS3,todo cambia amigo,no son tiempos ni mejores ni peores solo distintos.
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