Pedro
M. de la Cruz
Director
de La Voz de
Almería
“Es
indignante. Nosotros queremos ser andaluces, pero da la impresión de que el
poder sevillano lleva treinta años intentando que no lo seamos; habrá que
planteárselo”. Con esta frase de un importante empresario (que no solicitó el
anonimato -la queja ya se lo había manifestado él a un ex presidente y a algunos
consejeros-, pero ese día sólo aparecieron los nombres de representantes
institucionales o sectoriales) comenzaba la subdirectora de este periódico una
información excelente sobre las causas que han hecho estallar esta semana el
malestar latente de muchos almerienses por el trato negativo con que Sevilla ha
distinguido siempre a Almería.
Edición de hoy de La Voz de Almería |
Es
curioso, pero la misma semana que los almerienses dejaron oír su voz de
descontento, decepción
y hartazgo, la presidenta y el vicepresidente viajaron hasta Almería. Nunca sabremos
si fue casualidad o hubo una relación de causalidad. Pero el hecho -las dos
visitas en menos de cuarenta horas- es oportuno e interesante. ¿Por qué?
Vayamos a ello.
La
política española se ha convertido en los últimos años en un permanente ejercicio
de escapismo, en una persistente fuga a ninguna parte. Al huracán de voces que
demandan medidas que atajen la espiral perversa de descrédito en que ha caído
la política, los políticos responden con el silencio, el cinismo o la
demagogia, tres comportamientos distintos y un solo objetivo verdadero: engañar
a los ciudadanos.
Susana
Díaz y Diego Valderas no han cometido esta vez el primer pecado democrático y
han dado la cara. Como tituló El País
el miércoles -“Díaz intenta acallar las quejas por la falta de un consejero
almeriense”- o como tituló El Mundo
el jueves -“La presidenta busca el desagravio con Almería tras las críticas a
la composición del Gobierno”-, los dos, juntos pero por separado, han venido a
dar sus argumentos. Argumentos, muchos de ellos, que no comparto: hoy como ayer
la marginación de Almería es una enfermedad crónica a la que hay que poner
remedio o nos obligarán a buscar otras terapias que puedan curar el mal de
desdén y agravio que padecemos.
Para
rebatir una posición no hay manera mejor que el respeto y la atención. Aprender
a escuchar, esa es la clave, cuando se tienen intenciones de avanzar. Es desde
esa atención y desde ese respeto desde el
que puede preguntársele a Valderas cómo puede sostener que Almería es objeto prioritario
por parte del gobierno cuando la consejería de Fomento -ocupada ahora por IU-
lleva años sin poner un solo euro para que avancen las
obras de la variante de Roquetas o la autovía del Almanzora. Una pregunta que podría
ampliarse con otra en la que los interrogantes estuvieran puestos en ¿por qué
se equivocan los empresarios manifestando con contundencia sus críticas y
planteando opciones que imposibiliten el colonialismo autonómico hasta ahora
padecido? ¿Qué es lo que deben hacer? ¿Callar?
Quien
no ha callado su opinión sobre las quejas almerienses ha sido Susana Díaz. La
presidenta, en un gesto de sinceridad inusual en la política, reconoció el
jueves que “comprende” la polémica y la considera “lógica, legítima y natural”.
No está de acuerdo con los argumentos de quienes critican- criticamos- la
decisión (por lo que desvela de desdén, no por nominalismos), pero su
reconocimiento público de comprender la crítica supone aceptar que quienes la
hacen están asistidos, al menos, de una parte de razón.
En
su obsesión por defender siempre las decisiones de que quien manda –quien da los
cargos, vamos- nunca se equivoca, los defensores de guardia del poder que
consideraban incompresibles las críticas se habrán visto defraudados. Susana no
sólo comprende las críticas sino que las ve razonadas y razonables. No hay nada
peor que empeñarse en ser más susanista que Susana; al final siempre caes en la
evidencia del ridículo.
Los
trabajadores y los empresarios son los que han llevado esta provincia desde aquel
mar de miseria y emigración a esta playa de progreso. Con crisis, claro; con aciertos
y errores, por supuesto. Pero ha sido su esfuerzo compartido el que la ha
levantado. Por eso tienen no sólo el derecho, sino la obligación de decir lo
que piensan. Es lo que han hecho y no hay que agradecérselo. Han cumplido con
su obligación. Sabiendo además que no iban a satisfacer ni a uno ni a otro lado
de la trinchera. A los de la orilla izquierda porque el silencio nunca perturba
y ellos, con su críticas, lo han roto; a los de la derecha porque la
estridencia (contra el contrario, claro) siempre parece poca.
Olvidan
los dos bandos que el silencio monacal sólo trae pasividad y la trinchera humo
y que ninguno de los dos escenarios han procurado nunca ningún beneficio colectivo.
La
presidenta no ha respondido con el silencio. Ha venido y ha dado su opinión. Esta
semana ha sido el tiempo de las palabras. Ahora llega el momento de los hechos.
Y de ellos y de sus aciertos en las decisiones que están por venir depende que
la llama encendida por la chispa de un agravio irrazonado por irrazonable no
acabe incendiando el bosque de una relación entre Sevilla y Almería marcada por
la incomodidad compartida.
La
respuesta de la Junta
a las propuestas que le llegarán desde Almería (desde su partido hasta Asempal,
la Cámara y
otros colectivos y personas) supondrá un punto de partida hacia el encuentro o
un punto y seguido (otro más) en la pendiente del desencuentro.
(Publicado en la edición de papel de La Voz de Almería. Autorizada su reproducción para La Opinión de Almería. Derechos reservados).
¿Se imaginan ustedes alguna vez una Sevilla sin consejeros?
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