Ante la beatificación de 522 sacerdotes: ni tantos ni tan mártires

José María Ortega
Exdelegado de Cultura en Almería

Ante la macro beatificación de los 522 sacerdotes, que la Iglesia Católica considera 'mártires' de la Guerra Civil, conviene aclarar algunos conceptos borrosos. Partiendo de que era el Gobierno de la República el legítimamente constituido cuando Franco se sublevó en 1936 con el apoyo de la jerarquía eclesiástica y la oligarquía económica, abanderando la lucha  fratricida, reconocemos que, además de las muertes 'normales' en combate, se cometieron atrocidades y crímenes por parte de malhechores incontrolados de ambos bandos. No todos los fusilados por los republicanos merecen la categoría de mártires ('mártir' es la persona que muere por ser fiel a su religión, sin resistencia violenta), como tampoco todos los eliminados por los franquistas se pueden considerar héroes republicanos. En ambas partes hubo de todo.

No pretendo, ni por asomo, justificar estos asesinatos, me opongo a la pena de muerte; pero sí denunciar ciertos actos indignos de bastantes clérigos, con homilías incendiarias contra la República, con propaganda electoral en favor de la derecha caciquil o con abusos de poder a los más débiles, antes del  choque, provocando el odio en los sectores  más radicales de la izquierda.

La declaración de la guerra como Cruzada por las autoridades franquistas y eclesiásticas, las procesiones de Franco bajo palio y las listas de “caídos por Dios y por la patria” en las fachadas de las iglesias dan una idea del cariz del problema; pero aportaré datos más clarificadores.

En el Congreso Eucarístico de Budapest (1938),  el  cardenal Gomá, Primado de España, colocó en el estrado un retrato de Franco,  con la inscripción: «Vinculum charitate» (Vinculo de amor). Como presidente, clausuró el congreso con estas palabras: «No se acabará la guerra española con ningún arreglo pacifista, sino con la victoria fascista, arrancada con la punta de las bayonetas. Es preciso extirpar toda la podredumbre laica. Tengo el orgullo de deciros que en el momento presente estoy completamente de acuerdo con el gobierno fascista de Franco, el cual no da un paso sin consultarme y obedecerme. Ello lo puede testimoniar el ministro de Justicia de Franco, aquí presente.»

El Cardenal Vidal i Barraquer, arzobispo de Tarragona, fue el primero de los dos únicos que se negaron a firmar en 1937 la Carta de los obispos en apoyo a Franco, lo que le costó el destierro hasta su muerte en Friburgo. El segundo fue Mateo Múgica, obispo de Vitoria, que, aunque al principio se mostró reacio a la República, al ver las tropelías del  franquismo, denunció en el Vaticano  que “la Iglesia en la España de Franco no es libre y el régimen practica el asesinato de nutridas listas de cristianos fervorosos y de sacerdotes ejemplares". También fue desterrado.

Aunque la dictadura lo ocultó y los obispos lo disimularon, el asesinato de  16 sacerdotes y de centenares de católicos  a manos de los franquistas, llegó a oídos de Pío XI quien, pese a su simpatía por los regímenes fascistas, envió un duro telegrama a Franco, recriminándole esta matanza. Es lamentable que los postuladores de tantas beatificaciones y el Gobierno que las aplaude no hayan  recordado a estos 'mártires' republicanos,  abandonados en cunetas, impidiendo que sus familias puedan  recuperarlos.

Siendo yo muy joven, me incomodó oír a un sacerdote amigo de mi padre vanagloriarse de una 'proeza' que protagonizó en un pueblo alpujarreño, poco antes de la guerra. Iba a dar la comunión a un enfermo, con acólito y campanilla para indicar la genuflexión a los viandantes; pero tres jóvenes permanecieron de pie. Él sacó su pistola del bolsillo y los encañonó, obligándolos a  arrodillarse ante el aplauso de los feligreses. Estalló la guerra y lo fusilaron, pero la bala sólo le rozó el pómulo. Se hizo el muerto y pudo huir. Un milagro, nos decía. Mi padre, pese a ser falangista y muy católico, le mostró suavemente su discrepancia. Ahora pienso que si hubiera muerto en el paredón engrosaría el reciente aluvión de 'mártires', quizás con el nombre de Beato  Don Antonio de Lanjarón.

Desgraciadamente, la Historia la escribieron los vencedores.

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