Pedro
M. de la Cruz
Director
de La Voz de
Almería
Comparto
con Susana Díaz su pasión por Triana y su convicción de que hay que cambiar la
forma de hacer política y discrepamos sobre si será posible la reconversión de
los políticos (convicción frente a escepticismo) y ante la perspectiva de cómo
serán las relaciones entre el poder sevillano y Almería.
Susana Díaz, en el Forum Europa, de Madrid |
Ella
proclama su certeza de que estamos ante un tiempo nuevo y yo transito por el
espacio de la duda. Son tantas y durante tantos años las voluntades incumplidas
que me refugio en la lógica de santo Tomás: hasta que las decisiones
presupuestarias no se demuestren en la herida abierta de las obras, no las
creeré.
Esa
razonada incertidumbre, provocada por el relato histórico de continuas
frustraciones colectivas
–desde la A 92 que
llegó en el 2002 al materno infantil que nadie sabe cuándo llegará; desde la
autovía del Almanzora prometida para 2009 en su totalidad (y siete años después
no terminada ni en un veinte por ciento) hasta la variante de Roquetas
convertida en una inacabada escultura de hormigón-, esa justificada incertidumbre,
digo, se ha visto matizada esta semana por un gesto de valentía ideológica y
coherencia democrática que revela una personalidad política interesante para
quienes militamos en la independencia partidista.
Su
intervención el jueves en Madrid es una pieza argumental tan sencilla, tan abrumadoramente
lógica, que sorprende que haya provocado una oleada de comentarios casi
unánimemente elogiosos.
De
su discurso en los salones del Ritz los medios nacionales han destacado sus
reproches a Zapatero -no fue un acierto afirmar que se aceptaría cualquier texto
del Estatuto que viniera del Parlamento de Cataluña y fue un error de efectos demoledores
anunciar brotes verdes cuando España estaba en la antesala de otra recesión, sostuvo
la presidenta- y su descalificación sin matices del Derecho a decidir
proclamado por los independentistas catalanes y el PSC. Tres argumentos elementales
recorridos por un solo dios verdadero: el sentido común.
También
hubo otro pasaje de la intervención de la presidenta en la que casi nadie ha reparado
y que puede considerarse tan interesante como los anteriores (o más, porque, además
de coherencia democrática, está proyectado en el futuro). Fue su anuncio de que
Andalucía no tolerará que en política fiscal o competencial alguna comunidad
sea tratada de forma singular. El aviso iba dirigido al Gobierno ante la
posibilidad de que Rajoy busque con Artur Mas un pacto de transferencias
económicas bilateral que favorezca a Cataluña en detrimento de otras
comunidades.
Lo
que sorprende es que argumentos de tanta simplicidad como coherencia, de tanta lógica
constitucional al cabo, hayan provocado tanto ruido. Susana ha dicho en la
moqueta del Ritz lo que cualquier ciudadano piensa en la calle. Quizá la
sorpresa venga porque no estamos acostumbrados a que un político haga ese ejercicio
de autocrítica.
Que una
política diga públicamente “nos equivocamos, lo hicimos mal y hasta aquí hemos llegado”,
es, por inusual, sorprendente; casi extravagante. La rectificación y la
sinceridad son dos comportamientos nunca frecuentados por los políticos. Dos
razones que, junto a la corrupción y los incumplimientos, han contribuido de
forma casi letal a su desprestigio.
A
mí, tan crítico con el comienzo del Gobierno de la presidenta andaluza, me ha gustado
esa música. Lo que hay que esperar ahora es que la partitura siga sonando. En todas
la claves. Y una de ellas debería ser modificar la relación del poder sevillano
con Almería.
La
presidenta lo tiene fácil. Basta sólo con que mire a la provincia desde la
misma frontera de sinceridad en la que se situó en la conferencia de Madrid. Si
Susana Díaz se acerca a las reivindicaciones que les han llegado y le llegarán
desde Almería con la sensibilidad, la inteligencia, la valentía y el compromiso
de quien quiere comenzar un tiempo nuevo de verdad habrá conseguido frenar el
desencanto, el hartazgo y la incredulidad con que, cada vez en mayor medida,
Almería mira a Sevilla.
Si
Susana Díaz viene a Almería y mirándole a la cara a los ciudadanos pone fecha
al comienzo del materno infantil, a la variante de Roquetas, a la continuidad
de la autovía del Almanzora y a la terminación de otras obras pendientes, habrá
demostrado que se ha producido el punto de inflexión.
Almería
no pide metros ni tranvías. Pide -y exige con contundencia respetuosa- lo que le
corresponde; no por ser una de las provincias que más aporta al PIB andaluz,
sino porque ya no soportamos más ser tratados como ciudadanos a los que las
infraestructuras o llegan tarde o no llegan.
En
el excelente “Novecento” de Bertolucci hay una escena bellísima que seguro que
la presidenta recuerda. Los muchachos y las muchachas campesinas bailan en
medio de una alameda de la
Emilia Romagna y el viejo Dalcó se sienta a descansar a la
sombra de un chopo. Mira con los ojos invadidos por la melancolía de la derrota
a su nieto Olmo y mientras
fatigado se abanica con una hoja sólo alcanza a despedirse de la vida diciendo:
“está cambiando el tiempo”.
Susana
Díaz tiene que decidir si ha llegado un tiempo nuevo para la política andaluza.
La música de esta semana en Madrid sonó bien. Ahora lo que hace falta es que la
melodía continúe y llegue a todas los esquinas de Andalucía.
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