Aceiteras rellenables

José Manuel Bretones
Periodista

Mi amigo David Uclés no ha tardado ni dos segundos en subir la noticia al “Facebook”, ya que tratándose de un asunto agroalimentario a él no se le escapa ni una; además, pretende -como buen maestro- que todos compartamos sus lecturas. Así que entre conocidos que salían retratados bajo nubes negras o etiquetaban vídeos de la granizada del Poniente, he podido saber que el Consejo de Ministros prohibirá que los hosteleros rellenen las aceiteras. Sí, ésas toqueteadas por mil manos que le ponen en el bar cuando le sirven la tostadica mañanera o la ensalada del primer plato del menú a cinco euros. Esas botellas que llevan la etiqueta “virgen extra” o “picual del desierto” o “selección gourmet”, pero cuyo cuello ha sido violado mil veces por un embudo y su interior ultrajado por un líquido dorado, al que venden como aceite del bueno.

Esto, nunca mais, al menos en establecimientos hosteleros
La medida del gobierno no nos va a sacar de la crisis, pero sí evitará algún dolor de estómago. No tuvimos bastante con el aceite de colza desnaturalizado (aquel cuyo bichito se caía al suelo y se moría, según el ministro de Sanidad de la época), para que cuatro taberneros jueguen con la salud de los consumidores por ganar cuatro perras. No obstante, quienes acostumbran a comer, tapear o desayunar en bares y cafeterías ya saben donde dan gato por liebre, mantequilla del Lidl por Lorenzana o, mejor dicho, aguachirri refinado por aceite de oliva.

La hostelería, en general, necesita una regulación estricta y unos controles de la Administración muy exhaustivos. Por mucho que se quejen los profesionales de la hostelería, mientras en el sector haya gente que no lo es, ni quiere serlo, los consumidores y las autoridades tendremos que ir con la mosca detrás de la oreja.

En Almería, por poner un ejemplo, queda mucho por hacer y, sí, aunque seamos los reyes de las tapas, en materias como el control sanitario, limpieza o manipulado de alimentos nos falta camino por recorrer. Así lo creo, aunque seguro que algún camarero me estará poniendo verde mientras, con las dos manos, sostiene una garrafa de aceite con la que rellena una botellita que pone “gourmet” en su etiqueta negra.

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