David Bisbal
Intérprete y compositor
El martes próximo David Bisbal pone a la venta su primer
libro, autobiográfico, “Desde Dentro”, editado por Destino. Reproducimos a
continuación algunos pasajes del libro.
Mis
recuerdos van indisolublemente unidos a la figura de Jose Mari, mi hermano
mayor -once años mayor-, con el que compartía apreturas en la misma
habitación, un cuarto pequeño, casi una caja de música, que luego fue solo para
mí. Y con el rostro amable de mi hermana María del Mar, también ocho años
mayor, que dormía en la sala donde mi madre, que era modista, cosía durante las
prolongadas horas del día.
En
mi casa se escuchaba lo que había, lo que elegía mi hermano, principalmente,
que era de todo y muy variado, sin grandes filtros ni gustos rígidos.
Sevillanas, pop internacional, canción melódica... Para ello teníamos un
aliado: el walkman de Jose Mari, gracias al cual podíamos escuchar las cintas
que nos prestábamos unos a otros, repasando nuestra discografía preferida.
Crecí
con Michael Jackson y Tina Turner, pero también con Eros Ramazzotti, que
nos encantaba, con las rumbas de Camela, Los Calis, Los Chichos, Los
Chunguitos, El Junco y artistas latinos como Juan Luis Guerra... De hecho, a
veces aprieto las sienes y viene a mi memoria una sintonía que podría reconocer
desde el primer acorde: la de Los Chichos en su versión más moderna, ya sin
Jero, "el de en medio", sonando en el coche de mi padre durante un
viaje larguísimo de Almería a Barcelona.
En un Simca 1200. Íbamos
toda la familia a ver a mi tío Pascual, casi hacinados en un viejo Simca 1200
que se paraba a cada pocos kilómetros y que nos hizo interminable el camino.
Entre
horas interminables de carretera, soledades, compañeros que se convierten en
familia e incómodas siestas de furgoneta, vivir con la luna y dormir con el
sol, pasaron tres años. Ya no me satisfacía la idea de pasarme así el
resto de mi vida y desarrollar toda mi carrera en Expresiones.
Había
recibido ofertas de otras formaciones, algunas que debería haber considerado
seriamente puesto que, aunque nunca llegué a hablar de dinero con nadie, sabía
que un cantante en esas grandes bandas llegaba a ganar más del doble de lo que
yo cobraba; que en esa época podrían alcanzar las 50.000 pesetas por gala.
La única ayuda de Raquel. Y
así, sin esperar más, y con la única ayuda de Raquel, me decidí a mandar mis
maquetas a las radios, tanto locales como nacionales. A veces me atendían y me
citaban para alguna entrevista, pero la cosa no pasaba de ahí, igual que
sucedía con las cintas de casete que tenía preparadas para los representantes
con los que me encontraba por las ferias de España.
Mi
compañero Jose finalmente consiguió dar el salto, con todos sus riesgos y con
el valor que conlleva, y se había marchado a vivir a Madrid. Siempre me avisaba
de las convocatorias de audiciones y de castings para musicales que veía en el
periódico, aunque me era imposible acudir cuando estaba de gira con la
orquesta.
Pero
durante una de las temporadas libres Raquel y yo nos decidimos a coger el
autobús y, después de un viaje larguísimo, nos presentamos en la capital. Metí
en el equipaje toda mi ilusión, también mis miedos, una maqueta y la promesa de
una cita con Juan Giralt, un productor que entonces trabajaba con José Luis
Perales y con el que había cerrado una cita telefónica para hacer una prueba.
Tuve
la mala suerte de ponerme enfermo un par de días antes de viajar, la voz
no me acompañaba, pero confiaba, al menos, en la grabación que llevaba
conmigo y que iba dispuesto a entregarle.
Decepción. Nos
hospedamos en un hostal muy modesto en la Gran Vía y, después de ver a Jose, cogimos un
taxi hasta la dirección que me había indicado el productor. Iluso de mí, creía
que sería algún estudio de grabación, pero cuál fue mi sorpresa cuando Giralt
me recibió en plena calle, de manera apresurada y sin detenerse a escuchar, y
apenas me atendió.
Antes
de que hablara le advertí de que si íbamos a hacer una prueba, tuviera en
cuenta que estaba pachucho. Pero él me cortó enseguida:
-Nada,
chaval, no te preocupes. Tú dame la cinta y ya te llamaré.
Me
quedé planchado, una decepción repentina me recorrió la espalda con un
escalofrío y el cuerpo, que llevaba días en tensión, se desinfló como un globo
pinchado. No volví a ver más a aquel representante, pero sí a José Luis
Perales, mucho tiempo después, cuando yo ya era un cantante conocido.
Le
conté aquella anécdota, mi primera gran desilusión en el negocio de la música
y, después de informarme de que ya no trabajaba con Giralt, soltó con mucha
sorna:
-Pues
ahora se estará tirando de los pelos.
Lluvia de estrellas. Me
inscribí para participar en el programa de televisión 'Lluvia de estrellas', de
donde habían salido nombres como los de David Civera y Tamara. En un espacio
televisivo basado en las imitaciones de voces famosas, pensé que podía hacerlo
bien cantando por Luis Miguel o Ricky Martin, pero nunca me contestaron.
Y lo
mismo me sucedió con programas de Canal Sur, la televisión pública andaluza, y
con 'El diario de Patricia', que tenía un espacio reservado para artistas
nuevos.
Mientras
tanto, seguía trabajando con la orquesta, a gusto, pero sin cejar en el empeño
de alcanzar mi sueño. Y en esas estaba, algo decepcionado pero con la fe en mí
y en mis posibilidades intactas cuando, en una de las idas y venidas a Almería,
a finales de la primavera de 2001, vi un anuncio en Televisión Española que captó
mi atención inmediatamente.
Operación Triunfo. Era
algo nuevo, una especie de concurso parecido a 'Gran Hermano', pero de corte
musical. "Si quieres triunfar en la música, llama a este teléfono y deja
tus datos personales", te sugerían desde la promoción.
Y lo
hice, claro que lo hice. Pero fui tan alocado y poco precavido que dejé el
teléfono de mis padres, que casi nunca estaban en casa, y no el de mi móvil. El
caso es que enseguida empezó la época más intensa de la gira de
Expresiones, con una agenda cargadísima de conciertos: casi 130 galas, 25
de ellas solo en el mes agosto.
Y en
esa gira de verano coincidí con otros cantantes de orquestas que también se
habían apuntado a aquel programa que tanto estaban promocionando. Tres de ellos
no solo habían hecho ya las pruebas, sino que hasta habían sido seleccionados,
cuando a mí todavía ni me habían llamado.
No
quise darle mucha importancia al asunto, pensando que ya llegaría la cita, pero
lo de esa nueva e intrigante Operación Triunfo ya era un clamor dentro de mi
mundo. Hasta que a finales de septiembre, durante una noche de concierto, una
compañera de otra banda me aseguró que había sido seleccionada para el casting
final.
El casting y sin noticias. ¡Dios
mío, el casting final y yo sin tener noticias! Y entonces empecé a sospechar
que había cometido un error con los números de teléfono y que les habría sido
casi imposible ponerse en contacto conmigo.
Cuando
llegué a casa, incluso antes de comer y sin descansar, comencé a hacer las
gestiones y finalmente un compañero de la orquesta Cristal me facilitó el
teléfono de Gestmusic, la productora del programa. Me costó mucho llamar,
porque, como siempre, comenzó a invadirme la vergüenza.
-Hola,
buenas tardes. Mire, soy cantante y hace varios meses que dejé mis datos para
el programa, pero todavía no me han llamado. Me llamo David Bisbal y soy de
Almería.
-Pues
es raro, porque hemos llamado a todo el mundo.
-Seguro,
pero a lo mejor mis datos se les han perdido o no estaba en casa el día que me
llamaron a mí. Ya sé que están en los castings finales, pero ¿no habría
alguna posibilidad de poder entrar, aunque ya sea tan tarde?
-Me
parece que no, porque ya está hecha la selección definitiva.
Se
me cayó el alma a los pies, pero no me rendí. Y hasta le rogué a aquella mujer
que me dejaran cantar, que me dieran la oportunidad de escucharme como fuera.
-Es
que no se puede-, insistía ella-. No sé si me entiendes: cada zona y cada
ciudad han hecho ya sus respectivos y ya tenemos a los participantes
seleccionados para las dos jornadas finales en Madrid.
-¿Y
no podría yo ir a ese casting final?
-Imposible,
hay mucha gente que se ha quedado en el camino para poder estar allí y sería
injusto que tú tuvieras ese privilegio. Solo queda una prueba mañana en
Barcelona. Es una especie de repesca de zona. Al ser una ciudad tan grande, los
productores han pensado que se nos podría haber escapado algún concursante con
facultades.
-¡Pues
yo tengo que entrar ahí!
-Sí,
pero hay que presentarse en la convocatoria por la mañana muy temprano y no
creo que puedas llegar a tiempo. Además, no es tu zona.
-¿Pero
qué pasaría si yo me presentará allí?
-No
te puedo asegurar nada. Sería muy raro que cogiéramos a alguien más en esa
repesca, tendría que ser muy bueno. Ya tenemos una idea muy hecha de los que
pueden entrar en el concurso.
-Bueno,
pues yo lo voy a intentar. Muchas gracias, señorita.
En
cuanto colgué, casi automáticamente, llamé a mi tío Pascual, el hermano de mi
madre que vive en Barcelona, para pedirle que me alojara esa noche en su casa.
Y también movido por ese impulso que comenzaba a ser más fuerte que yo, fui a
sacarme un billete de avión para esa misma tarde.
Un billete de avión algo caro. Tuve
que hacer un esfuerzo económico enorme. Creo que aquel vuelo me costó cerca de
50.000 pesetas, 300 euros, una cantidad importantísima para mí en esa época.
Estaba pagando la hipoteca y no me sobraba el dinero, pero, aunque no era
seguro ni que me recibieran, algo dentro de mí me decía que tenía que
intentarlo.
Tenía
que presentarme como fuera en aquel programa que prometía como premio para los
ganadores la grabación de un disco en solitario. Es decir, cumplir mi sueño.
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