José Fernández
Periodista
Cuando
el sol se va, se les escucha hablar paseando su amargura por la Alcazaba , recordando y
llorando por el milenio de Almería. Algunos partidos políticos, asociaciones
historicistas y hasta medios de comunicación van a pasar unos días lamentándose
y doliéndose por la ausencia de actos oficiales con los que conmemorar los mil
años de la sedicente fundación de Almería, ya que no existen documentos
especialmente fiables para certificar con precisión la conmemoración del
aniversario.
Pero en todo caso, cúmplanse o no los diez siglos exactos de la
fundación de Almería, llama la atención que en unos tiempos dominados
necesariamente por la contención y el ahorro, se hagan llamamientos a un gasto
que, siendo generosos, sólo resultará prioritario para los rapsodas de la guzla
y el gárrulo, los teóricos del hálito oriental y los aficionados a dar
babuchazos matinales por las almenas de la Alcazaba. Y no digo yo
que no sería divertido y hasta provechoso organizar actos, simposios, recitales
o pasacalles con sedas y cítaras para celebrar los mil años, o los que sea, de
la vieja ciudad de Almería. Pero cuando no hay maravedíes, no hay maravedíes. Y
eso creo que se puede entender hoy exactamente igual que hace mil años.
De
hecho, todavía no se ha escuchado a ninguno de los promotores de este
memorialismo folclórico proponer cuánto dinero debería detraerse de cuestiones
groseramente contemporáneas para dedicarlo al acontecimiento milenario. Eso sí:
lo más divertido de todo es ver que los mismos (pero los mismos, oiga) que
tanto censuraron en su día la construcción de la famosa y fallida Faluca para
homenajear a esa parte de nuestra historia, quieran recuperar ahora el discurso
emocional que propició semejante botadura. Creo que pasarán otros mil años y
algunas cosas no cambiarán en Almería.
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