José
Fernández
Periodista
Aunque
en muchas ocasiones abomino y despotrico del excesivo peso que en nuestra vida
cotidiana están cobrando los artilugios telefónicos de última generación por su
tendencia a convertirse en herramientas más de control que de comunicación, no
es menos cierto que otras veces resultan bien útiles. De hecho hace poco recibí
en el teléfono una foto de un amigo que paseaba por la Plaza Vieja y que,
estupefacto ante lo que veía, no dudó en tomar una instantánea y compartirla.
Era la imagen del Pingurucho de Los Coloraos manchado en su base por una
pintada presumiblemente reciente (la foto me la envió el domingo por la mañana)
y en la que se apreciaba en toda su crudeza la falta de sensibilidad, civismo y
cualquier otro valor positivo en el cenutrio o majadero capaz de incurrir en
semejante pellejería.
El Pingurucho y el Ayuntamiento |
Como
almeriense me alarma y avergüenza la inexplicable tendencia de algunos a
ensuciar y malparar nuestro patrimonio común sin más objetivo que hacer maldita
la gracia y la plasmar gráficamente la inalterable secuencia de su
encefalograma. Ahora bien, lo que mi amigo no pretendía (y no porque no
comparta mi punto de vista) era mostrar, al fondo de la imagen, otra pellejería
no menos grave: la lona ya ajada con la que se ha de tapar la Casa Consistorial
de Almería, que espera desde 2005
a que la Junta
de Andalucía cumpla con su compromiso de restaurar el principal edificio civil de
nuestra capital.
Ocho
años sin restaurar y sin dejar restaurar por la soberbia con la que la Junta suele acabar macerando
su propia incapacidad de gestión. Más que una foto, aquello era un símbolo de
la doble pellejería que en muchas ocasiones se convierte en freno y límite de
cualquier aspiración de excelencia para Almería: la pellejería de una gentuza
que se declara incompatible con el civismo y la pellejería institucional de los
que ni saben, ni sirven, ni dejan.
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