David
Uclés
Director
del Servicio Técnico de Negocio
Agroalimentario y Cooperativo de Cajamar
Parece
mentira. Pero ya estamos en trance de despedir 2013. Han sido muy numerosas las
noticias que a lo largo del año han impactado sobre el sector agroalimentario
nacional y español; algunas francamente negativas, como ciertos culebrones
empresariales. Aunque, en términos generales, creo que se puede afirmar que
este ha sido un ejercicio en el que han abundado más las luces que las sombras.
Antes
de profundizar en algunos de los aspectos, a mi modo de ver, más relevantes del
año, creo que hay que hacer mención de un hecho que se ha venido materializando
a lo largo de estos años de crisis que estamos viviendo. Y éste es la redención
política y social de la agroalimentación, después de años de relativo
ostracismo. Se ve que la fortaleza y estabilidad del sector (que hasta
septiembre supuso el 28 por ciento del total de las exportaciones andaluzas)
han permitido que la sociedad lo visibilice de nuevo como creador de empleo y
riqueza, así como fuente de competitividad y potenciador de imagen país en el
exterior.
Desde
el punto de vista institucional los cambios han sido notorios. La aprobación
este verano de las leyes de la cadena agroalimentaria y de integración
asociativa implica (o debería implicar) una modificación sustancial del sistema
de relaciones a lo largo de la cadena, por un lado, y la existencia de
incentivos claros para acelerar los procesos de concentración en la base de la
propia cadena. Bien es cierto que aún debemos conocer los desarrollos
estatutarios de las leyes y un plan nacional (que debería estar en febrero a
más tardar). Aún así, los mensajes de fondo ya están lanzados y los operadores
deberían comenzar a actuar en función de estos. Ojo, es obvio que unas
leyes por si solas no tienen un poder mágico de transformación, pero sí que
dotan de herramientas a aquellos que quieran llevarla a cabo.
Desde
el punto de vista de los resultados, las principales campañas andaluzas se
han saldado con importantes aumentos en las producciones y, algo menores,
de los valores de las mismas. Incluso en el agregado nacional parece que
tendremos una mejora de la renta agraria en 2013. Sin embargo, los males de
siempre siguen presentes, agazapados por debajo de la situación coyuntural.
Cuando
alzamos la vista al ámbito comunitario, observamos que desde 2005 el ingreso
real por trabajador agrario ha crecido en España por debajo de la media europea
y se sitúa en uno de los últimos puestos del ranking. Ese valor, que es una
forma de medir la productividad del factor trabajo nos pone en evidencia que, a
pesar de ser un referente de la economía española, y a pesar de su destacada
aportación a las exportaciones, hay otros países que están literalmente
poniéndose las pilas, y todos ellos actúan en el mismo mercado que nosotros.
Recordaremos
este 2013 como un buen año, pero si queremos que no se convierta en una
referencia melancólica, el sector debe aprovechar el momento que atraviesa y
las herramientas legales de las que ahora dispone para atajar los problemas que
aún le constriñen, como son la escasa integración en el primer eslabón de
la cadena y la incapacidad relativa para lograr un diferencial de precios sobre
nuestros productos que no dependa de la época del año de acceso a los mercados
o de la coyuntura productiva en Europa.
Y,
por cierto, felices fiestas.
(El Economista)
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