Antonio Lao
Director de Diario de Almería
Ccuando se produce una
riada, como la de hace un año asoló el Levante de Almería, o la granizada de hace
tres semanas en El Ejido todos tratamos, sin excepción, de arrimar el hombro,
trabajar de forma conjunta y continuada para buscar tornar la situación a la
normalidad. Un esfuerzo loable, en el que las administraciones tienen una buena
parte de culpa en positivo, provocando la correspondiente derrama económica, tan
necesaria para estos casos.
Hasta aquí la cara amable de una situación,
a la que se suman los correspondientes viajes de los responsables políticos
hasta la zona cero, las reuniones con los afectados y la cascada de
declaraciones, cuál de ellas más positiva, en la búsqueda de soluciones prontas
que alivien la tragedia.
Para desgracia de los afectados la cosa no
concluye en una bacanal de vino y rosas y tampoco en una cascada de
dinero y ayudas. Al contrario. Después de los besos, los abrazos, los
parabienes, los lamentos, las palmadas en la espalda y las promesas llega el
tiempo del olvido. El tiempo en el que los afectados deben mirar al frente,
avanzar un paso y buscar salir del atolladero por sus propios medios.
Digo esto porque aún hoy, un año después, muchos de los afectados por la gota fría de hace un año en Mojácar, Vera y otros pueblos de la zona
esperan pacientemente, tras haber cumplimentado decenas de formularios de
ayudas, que el dinero llegue y pueda hacerles olvidar lo sucedido.
Y
mucho me temo que en el caso de la granizada de hace unas semanas en El Ejido
volvamos a las andadas, con la excepción hecha de las entidades financieras, que
una vez si y otra también, son capaces de ofrecer créditos muy blandos con los
que tratar de avanzar en la senda de la recuperación. Bien es cierto que en el
caso que nos ocupa, el de los invernaderos destrozados y cosechas perdidas,
llueve sobre mojado. Los agricultores son muy reacios a firmar pólizas de
seguros, en la creencia de que, como en el cuento de Pedro y el lobo, la
fiera nunca llegaría a comerse las ovejas. Claro, que un día el cánido llega y
entonces la solución es imposible.
Bajo estas premisas, con cierto tufo
de pesimismo y alarma, sólo cabe apuntar a la necesidad de mantener la
coherencia y el realismo, en la creencia de que no por mucho ruido mediático se
resuelven antes los problemas. La realidad se impone y el trabajo callado y
constante permite avanzar en la búsqueda de las mejores soluciones, para que los
afectados, los que realmente lo han perdido todo, padezcan lo menos posible.
Alejémonos de las promesas y acerquemos a los afectados la realidad, por cruda
que sea.
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