Adiós a Joaquín Bernabé, el último cuaga

Ginés Bonillo Martínez
Licenciado en Filología  Española

Con la muerte reciente (25 de diciembre de 2013) de Joaquín Bernabé se cierra la larga existencia de todo un círculo literario, el círculo literario del Arroyo Aceituno, que se inició en torno a 1870 con la familia de los Linares. La muerte de Bernabé supone un doble hito, porque también marca la desaparición en la comarca de los Filabres, y quizá en toda la provincia, de una especie de hombres excepcionales, la caracterizada por su afición a las Letras y a la Cultura en general, y a la Poesía en especial. Una raza de hombres embebida en el amor a la tradición poética popular representada en nuestra tierra a través de dos fórmulas básicas: el trovo (oral improvisado) y el romance (escrito y memorístico, de transmisión oral). 

Joaquín Bernabé
Círculo literario. El círculo literario del Arroyo Aceituno alcanzó su máximo esplendor en las décadas finales del siglo XIX y en las primeras del XX, sufriendo un tajo mortal con la Guerra Civil del 36 y la devacle posterior. Con la muerte a principios de los años 50 de Antonio Fidel (Antonio Molina Linares), su máxima figura, quedó Joaquín Bernabé como único representante en activo digno de mención de este círculo antaño rico en nombres y actividad. Eran hombres que alternaban, con frecuencia simultaneando, las esparteñas, el pastoreo en la intrincada sierra y las duras faenas del campo (siembra, siega, trilla, etc.) y la privacidad, cuando no miseria, propia de la época, con pasión por la poesía, la lectura y memorización de los clásicos (de Garcilaso a Zorrilla), la compra y recitado de los romances de los pliegos de cordel, la práctica del trovo en veladas interminables y la ejercitación en quitillas, décimas, sonetos y otras fórmulas métricas en la intimidad de la casa o la dilatada soledad del pastoreo. Una estirpe de hombres que disminuía las penas de la vida con décimas; los sinsabores, con romances; y la miseria, con quintillas. Y festejaba la alegría y la felicidad, la dicha personal y colectiva, en los mismos esquemas métricos. El amor y el humor, la pena y el dolor, la queja y el llanto, la sabiduría y la muerte... a la vez, juntos y, a veces, revueltos, en coplas, redondillas, quintillas, décimas, sonetos y romances magistrales, dignos de Quevedo, Góngora y Lope de Vega; pero inéditos en su mayor parte, y desconocidos (incluso los pocos publicados) como corresponde a sus autores, gentes rurales, enmarañadas en su vida de campo o pueblo, semianónimas y alejadas de los centros de poder y de cultura que dictaminan (de forma arbitraria e interesada) calidades, establecen el canon y otorgan laureles y honores. Quienes escriben la historia desde escritorios y salones elegantes viven muy alejados en lo geográfico y en lo social de estas ramblas y de estos cerros que delimitan el marco geográfico y vital del Arroyo Aceituno. 

Estirpe. Con Bernabé se extingue esta estirpe de poetas orales que hunde sus raíces de forma ininterrumpida más allá de los juglares de la Edad Media, bebiendo de la tradición del mismo Homero. Bernabé, en su infancia y juventud, tuvo la extraordinaria oportunidad de coincidir con algunos de aquellos hombres como los hermanos Linares, Antonio Fidel y hasta el propio Ciego de Lubrín (“el apúnteme usted”), entre otros. Luego, durante más de medio siglo ha pervivido como ejemplar solitario, aislado, último cuaga o bucardo en la soledad del Arroyo Aceituno, maravillando hasta hace bien poco con sus prodigiosos ejercicios de memoria al recitar romances y fragmentos de extensas obras poéticas durante horas sin parar un segundo ni dudar en un verso. En los últimos años de su vida recibió un pequeño reconocimiento al ver publicada su poesía completa en una edición entrañable acometida por Arráez Editores, entrevistas en televisiones locales, recitales en colegios e institutos y entrega de placas de agradecimiento por diversos ayuntamientos e instituciones; pero todo ello, como siempre, en el reducido marco comarcal de la sierra de Los Filabres y el Almanzora. 

Nacimiento. Su nacimiento ya fue excepcional, en casa de sus padres (como era habitual, 1916), en la barriada de los Morillas, pero con la indefinición del término municipal, pues -según a él le gustaba decir- una habitación de la casa pertenecía a Cantoria y otra, a Albanchez; aunque, como éste estaba más cerca, lo apuntaron allí. 

Tal vez sucedió que su madre, durante el parto, se encontraba en término de Cantoria y él vino a nacer en término de Albanchez. Igual de excepcional fue su sepelio: precipitado, el mismo día del fallecimiento con una climatología inhóspita (ciclogénesis explosiva) en media España (ráfagas de viento, frío, lluvia, aguanieve…), con íntimos amigos que no pudieron asistir a su último adiós; pero con la iglesia de Los Pardos llena a rebosar y gente en la calle. No fue, sin embargo, un día triste, puesto que, si los restos mortales de Joaquín Bernabé descansan en el pequeño cementerio de Los Pardos de su azarosa vida terrenal, su sublime espíritu literario disfruta para toda la eternidad en el vasto imperio del Parnaso eterno, gozando de la amistad y compañía de Horacio, Petrarca, Manrique, Cervantes, Espronceda, Bécquer, Machado, Rubén Darío, Bernardo López, Álvarez de Sotomayor, Miguel Utrera, Federico Pérez, Antonio Granero Capel, Antonio Torrecillas, Pedro Molina Berbel… Porque la concepción vital de Joaquín Bernabé no acababa con la insignificante muerte terrenal, tal como muestra en este poema suyo en prosa poética: “De la vida proviene la muerte, y de la muerte, la vida. Amar es morir. El amor no sería creador si no fuera destructor al mismo tiempo. El cadáver, que vuelve a la materia inerte y en podre se descompone y deshace, abona la vida material como el estiércol abona el campo. Que si en nosotros, al morir, se rompe cuanto tenemos en común con la Naturaleza, es para que brille con mayor claridad y suba en más rápida ascensión a las alturas cuanto tenemos de espíritu. Romper la lámpara que contiene la luz, y el ánfora que contiene la esencia. No es extinguir la luz y disipar la esencia. ¡No, mil ves! 

Acerquémonos a la muerte como se acerca a la llama la mariposa, para derretir en su crisol que todo lo purifica, cuanto hay en nosotros de terreno, y elevarnos al luminoso ideal con que hemos soñado en nuestra estrecha cárcel ¡A la eternidad, a lo Infinito!” 

Hoy se cierra el ciclo y en el Más Allá se reúne de nuevo el Círculo de poesía y amistad del Arroyo Aceituno.

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