Gamonales y otros brotes

Antonio García Vargas
Profesor e investigador

Nacemos para sufrir la tosquedad del necio -especie aerofílica que se transmite como un virus- y su camarilla. Pasan los años, pasan siglos, todo envejece y a veces -las más- desaparece; queda la estulticia como espuma que desborda la olla del guiso cotidiano.

El tiempo oxida, carcome, arruina y devora toda obra de humanos. No respeta siquiera el viejo lenguaje hermético. El poeta, inmerso a ratos en su yo multidimensional, consigue recobrar la esencia de las lenguas que el tirano de turno prostituye. Y las adapta al valor de las acciones, las dota de ritmos y las convierte en runas calibradas, supliendo en primera instancia con palabras el oscuro hedor del sable y la metralla. Mas -al parecer- no es suficiente.

La agobiante indiferencia y el más cruel de los olvidos han completado la acción disgregadora de los siglos. Nos salva del precipicio y del olvido la obra invaluable de sabios y soñadores, verdaderos artífices del devenir del hombre; seres anónimos, laboriosos y ajenos a la farándula y al grito, ángeles solitarios  a los que debemos la Ilíada, la Sagrada Familia, la rueda de molino y la tostada con mantequilla.

Pero no todo está perdido a pie de calle; el iniciado conserva en parte la magia de las reglas heredadas, imita los signos y cabalga la verdad secreta usando el tragaluz del viento. Lo mezcla todo en clave mnemotécnica, lo pule, muta en magia y en un violento ritmo dionisíaco pletórico de anapestos, hace que broten, incontenibles, las dañadas esencias del Versonaturaleza primigenio. El mundo, al fin y al cabo, no es sino un vergel muy vulnerable que el estulto, en su afasia emocional, pisotea.

El mayor enemigo del opresor es la desmesurada opresión que en él, salvaje, anida. Así, sin prisas y sin pausas, en un alarde lírico de flagelos, lágrimas, puño en alto y silencios, el mundo gira y gira, nacen las revoluciones, se templan las trincheras y brotan por doquier los gamonales.

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