Emilio Ruiz
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Plaza Vieja |
Las diferencias
de criterio o de decisión entre Administraciones de distinta ideología suelen
ser caldo de cultivo adecuado para que algunos políticos prioricen el interés
partidario sobre cualquier otro. Vemos ya casi normal la insistencia de unos en
exigir a los otros lo que no exigen, ni nunca exigirían, a los propios. No duda
nadie de que la pancarta de Luis Rogelio
Rodríguez-Comendador jamás se habría colgado de la fachada del Ayuntamiento
si la titular de Fomento fuera un miembro del PP y no Elena Cortés, de IU. O que Sonia
Ferrer jamás diría eso de que “el Ayuntamiento es el culpable de que las
obras de la Plaza Vieja
no se hagan” si no fuera porque representa al Gobierno de la
Junta. De ninguna manera Rafael Esteban iba a ver en esto una
“sobreactuación del alcalde” si no fuera porque su coalición comparte Gobierno
con el PSOE en Andalucía. ¿Y, por cierto, dónde demonios tendrá guardadas Carmen Crespo las pancartas con las que
tan persistentemente reivindicaba la terminación de las obras de la autovía de
Málaga?
Dicho
esto –o sea, que todos son iguales-, este asunto de la rehabilitación de la Plaza Vieja clama al
cielo. Es de vergüenza. Un escándalo. No sé de quién es la culpa de estos cinco
años de inoperancia. Si es por discrepancia política, ésta tiene un límite. Y
ese límite está establecido allí donde el ciudadano puede sentirse agredido. Por
este episodio de la Plaza Vieja ,
los vecinos de Almería tienen motivos para sentirse agredidos. El episodio del
barrio de Gamonal debe servir de ejemplo ante políticos insensibles y políticas
insensatas. Aprendamos la lección. Y, tras Burgos, Gallardón.
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