‘Arenas sigue siendo Arenas’

Isabel Morillo
Jefa de Andalucía de El Correo de Andalucía

El Partido Popular en Andalucía alcanzó sus máximas cotas de poder bajo la ceja siempre levantada de un político carismático que durante 19 años se dedicó a construir el partido a su imagen y semejanza. Javier Arenas se lo ha dado todo a los populares andaluces, incluidas tres antológicas victorias electorales en las urnas, y por la misma, parece dispuesto a arrebatárselo. El espectáculo de una sucesión a trompicones, sin autonomía y sin liderazgo en el que se ha convertido la retirada de Juan Ignacio Zoido, no se podría entender sin dos nombres propios y una lucha de poder interna y soterrada capaz de socavar los frágiles cimientos del Partido Popular en Andalucía. Arenas frente a María Dolores de Cospedal, la secretaria general del PP, la mujer que no está dispuesta a tolerar que el histórico líder siga meciendo la cuna andaluza. La situación no es nueva. Lleva incubándose muchos meses.

Javier Arenas
Casi desde el principio: el congreso regional de julio de 2012. En aquel cónclave Zoido tomó el testigo de la presidencia del PP andaluz dejando claro que no tenía aspiraciones a ser candidato a la presidencia de la Junta y que su «pasión» es Sevilla. Se declaró como un líder de transición y abrió un boquete en el partido difícil de tapar. Cuando un dirigente se coloca la vitola de transitorio, inmediatamente todo el que tiene aspiraciones se pone a empujar para salir en la foto. Y eso ha estado pasando en las filas de los populares andaluces demasiados meses. En aquel congreso del líder de paso, Zoido sí que hizo cambios. Remodeló la dirección del partido y situó a un hombre de su confianza como dos. Parece que José Luis Sanz estaba ya llamado a ser el sucesor del sucesor. Fortaleció al PP de Sevilla, el que cosecha los peores resultados, recuerdan desde otras provincias. También redujo la estructura y sacó a los más arenistas. Como una imagen vale más que mil palabras valga ésta: en la copa de recepción que el PP andaluz ofreció en aquel congreso nadie del equipo de Arenas apareció. Cuando se conoció la nueva dirección fue definitivo: los arenistas desaparecieron del mapa. Se esfumaron. Se gestaba el primer capítulo de una transición que se sabía de antemano que iba a acabar regular o mal. Ha acabado fatal, con un partido perplejo y desconcertado, convocado a un congreso sin un liderazgo claro y con los presidentes provinciales de Málaga y Cádiz maniobrando a favor de las filas de Arenas y contra el candidato de Cospedal: José Luis Sanz.

Hay más fotos del culebrón. El histórico líder andaluz charlando animadamente en los patios del Parlamento andaluz con el entonces presidente José Antonio Griñán. Era el gesto de un político que sabe mucho de política. Arenas mandaba su mensaje. Tenía todavía mucho que decir. Él mismo había puesto a circular la idea de que Mariano Rajoy le había encargado la interlocución de Andalucía con los ministros. La instantánea coincidió además con los primeros síntomas de descontento en las filas populares. Algunos diputados del grupo mayoritario de la Cámara no ocultaban su disgusto por el papel que Zoido hacía cada quince días en la Cámara. El dirigente del PP-A no tenía fuelle. No daba abasto. Leía los papeles para salir del paso. Los populares tenían tocada su moral y lejos de salir de la depresión en la que quedaron sumidos por quedarse a las puertas de San Telmo se hundían más. Era fácil escuchar voces críticas frente a Zoido y Sanz en un partido en el que, hasta entonces, lo más normal del mundo era oír loas al líder con una devoción única. Aquella imagen encadenó otra. Cospedal en Fuengirola, en un acto en el que vino a arropar a Esperanza Oña, alcaldesa de la localidad. Allí la lideresa popular se despachó a gusto. Salió en defensa de Zoido, un líder «magnífico e indiscutible», y le dio una colleja a Arenas de esas que dejan sin respiración. Se equivocan, dijo, quienes crean que quien ya no está en la presidencia del PP andaluz «vaya a volver a estar». De camino, destapó lo que era un secreto a voces: la transición se había indigestado.

Desde entonces, en la dirección de los populares andaluces dejaron claro que su aliada era Cospedal. Zoido, que es un hombre poco dado a las pugnas internas y que además siempre había profesado una lealtad incondicional hacia Arenas viró. Comenzaron a oírse voces que pedían que el histórico líder andaluz dejara el escaño en el Parlamento andaluz. A la vuelta del verano querían que Arenas abandonara la Cámara. Le afeaban que no dejara de mover hilos erosionando aún más el liderazgo de Zoido. Comenzaron a hacerle la maleta, pero el sevillano de Olvera, a quien Rajoy sigue oyendo, estaba dispuesto a morir matando. Y de aquellos polvos, estos lodos.

Si hay alguien víctima de toda esta intrahistoria es Zoido. Ha mantenido las formas. Nunca ha atacado públicamente a Arenas. Solo en su despedida, el pasado miércoles, se permitió una puya. Prometió que dejaría libertad a su sucesor y que por su parte no habría «injerencias». Él las ha padecido. El Partido Popular de Andalucía es rehén del pulso Arenas-Cospedal y de más cosas. Sobre todo de su falta de autonomía. Y de un Rajoy que, como es habitual, rehúye los líos y opta por dejar que los problemas se pudran. Ni el PP ni Andalucía se merecen esto. Deberían dar un golpe en la mesa y sacudirse tanto «mangoneo».

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