José
Fernández
Periodista
Ahora
que a todo el mundo le ha dado por ponderar al desaparecido Leopoldo María
Panero, el hombre que trazó un puente de versos entre la locura y la muerte. Podríamos
decir que los almerienses también conocemos, como él aseguraba a veces, nuestro
propio infierno.
Y es
que como en Almería somos expertos en convertir cualquier burra con mataduras
en caballo de batalla político y editorial, valga la redundancia, resulta que
llevamos dos décadas largas hablando, escribiendo, opinando e insultando a
cuenta del famoso soterramiento de nunca empezar. Y
ahora dice el Gobierno lo que todo el mundo sabe pero nadie quiere admitir: que
no hay pasta ni para enterrar el Ibertren que guardamos de cuando niños. Y sin
dinero ya me dirá usted qué quiere que hagamos.
¿Pudo
hacerse alguna vez el soterramiento? Probablemente sí, pero nos pasa con esto
igual que a muchas mujeres que, en la plenitud de su madurez, se lamentan de no
haber sido madres en su día: “Cuando pude serlo no tuve con quien. Y ahora que
lo tengo, ya no puedo”. Y
esa melancolía que generan siempre los esfuerzos inútiles late ahora cada vez
que alguien agita la bandera del soterramiento como el torero que presenta el
pico de una muleta.
Allá el que a estas alturas quiera seguir entrando a ese descolorido trapo, pero creo que es ya hora de que, por una vez, nos dejemos de líricas y entremos en la prosa del sentido común para pensar en sacar la estación del centro, llevarla a otro lado y liberar de una vez esas vías. Cambiaría Almería y también nuestra salud mental. “La repetición”, escribió Panero, “es un señuelo casi inteligente”.
Allá el que a estas alturas quiera seguir entrando a ese descolorido trapo, pero creo que es ya hora de que, por una vez, nos dejemos de líricas y entremos en la prosa del sentido común para pensar en sacar la estación del centro, llevarla a otro lado y liberar de una vez esas vías. Cambiaría Almería y también nuestra salud mental. “La repetición”, escribió Panero, “es un señuelo casi inteligente”.
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