Kayros
Periodista
Quienes
conocimos la Aguadulce
de antes de la crisis nos cuesta creer en esta desolación inmobiliaria que
parece un castigo divino. Seguimos con la paz y el clima de siempre, con la
bondad hospitalaria de la gente, pero las consecuencias de los recortes se
notan por todas partes. Ya no vemos grúas ni ruidosas hormigoneras en torno a
los agrandes edificios. En otro tiempo, la codicia del dinero subía por los
acantilados y se creaban urbanizaciones que parecían colgadas del cielo. Alguna
vez ironicé sobre ellas diciendo que para el correo y la recogida de basuras se
necesitarían helicópteros.¡Qué fuerte contraste la Aguadulce de hoy!
Algún
empresario se empeñó en vaciar un monte con la desaprobación de los vecinos para
levantar un grupo de viviendas de lujo. En el proyecto iba, según parece, un
túnel por debajo de la carretera que aprovecharían los bañistas para ir a la
playa. Llegó la burbuja y ¡zas! ahí quedó el monte vaciado para anuncios de
venta de barcos y utensilios ópticos.
De
los inmigrantes que antes buscaban los invernaderos para ganarse un sueldo
mejor no hablar. No siempre la crisis es sinónimo de pobreza. Los que ganaron
mucho dinero con la construcción pueden vivir como si nada sucediera, lo único
que ocurre es que sobran viviendas por todas partes.
¿Y
qué me dicen del Puerto de yates? Ahí están la mayoría de ellos con el cartel
de vende. Casi toda la infraestructura de bares, cafeterías, heladerías,
pizzerías que rodea el puerto está hoy un poco al “relenti”. Vendrán nuevos
tiempos, y vendrá la recuperación que anuncian. No me cabe duda.
Esta
gente es tan buena y trabajadora que no se asusta por nada. Pero mientras
tanto, bueno sería que meditáramos en tanto Algarrobico atravesado como hay
quedado por ahí.
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