Antonio Felipe Rubio
Periodista
El Partido Popular ha ganado las
elecciones. Pierde apoyos -como siempre- por la fracasada movilización de su
electorado y una campaña anodina que no ha logrado centrar mensajes nítidos,
jugando a la defensiva en eventualidades sobrevenidas, y sin cálculo de riesgo.
El PP ha confiado en un ejercicio de fe en la gestión antes que en la provisión
de satisfacciones para su electorado. Y, una vez más, y van… el estigma
Arriola.
El PSOE ha reeditado la campaña del dóberman
esperando un efecto positivo a base de evidenciar la negatividad del contrario.
El exceso de presión condujo a la conmiseración. Los debates sobre asuntos
internos (aborto, machismo…) han desenfocado el objetivo de la campaña europea
y prolonga la combustión interna del propio PSOE que, ahora, se debate en
centrar su futuro inmediato como partido.
Izquierda Unida se ha beneficiado del
fracaso del PSOE. En IU se orienta la izquierda ideológica cuando el PSOE se
desnorta. IU ya ha conocido estos movimientos pendulares que oscilan en función
de las crisis de identidad del impulso socialista. A IU se le presenta el reto
de la radicalización o moderación para diferenciarse de la acusada atomización
de partidos y grupúsculos de izquierda que jugarán a ver quién la hace más
gorda.
Podemos. Y podremos más, si lo sabemos
hacer. Así ha debido entenderlo Pablo Iglesias que, de haberse soltado la
coleta, tendría mayor aspecto redentor.
Conocedores del encorsetamiento de los
grandes partidos, incapaces de trasladar el mensaje al electorado, Iglesias ha
confiado en el marketing y la mercadotecnia capitalista para triunfar en el
sustrato contrasistema. Los que nunca han votado a nada ni a nadie se han
movilizado por la fascinación de un contertulio que ha sabido prodigarse en la
televisión como acceso universal. ¿Acaso se conoce algún mitin estelar o
elaborada campaña que justifique estos resultados? Podemos, ha logrado, con el
mínimo esfuerzo y gasto, ejercer de “castigo” al bipartidismo trasladando
mensajes con airada retórica incendiaria. Pablo Iglesias ha excitado la empatía
de los que no simpatizaban con nadie. Diseñó una estrategia que alimentaba la
estridencia que no se atrevían a exponer con toda su crudeza los medios más
radicales, y se ha convertido en icono televisivo y “animador” de los debates
“catodinos”.
Y Andalucía… a lo suyo. ¿Será verdad que
existe el “efecto Susana”? Lo cierto es que la corrupción no afecta a los
resultados electorales o, es tanto el clientelismo, que hay aspirantes al
“reparto” por doquier. Se dice que “Susana ha ganado sus primeras elecciones”;
pero ella sabe que éstas no son sus elecciones. Habrá que ver cómo interpreta
esta victoria socialista en el conjunto de Andalucía y si lee extrapolación
hacia otras ambiciones. Mientras tanto, el PP aduce poco conocimiento de Juan
Manuel Moreno; pero es que Moreno aún no es candidato a nada y Susana es
presidente de la Junta
del PSOE-IUCA. He ahí los resultados y la sinergia de la Junta.
En Almería el PSOE acorta su distancia
con el PP y puede aliviarse con otros relevantes resultados (Málaga). Esta
nueva situación reconfigura expectativas y, consecuentemente, reabre el interés
por pelear las candidaturas para próximos comicios.
Almería es la provincia que más se juega
en Europa: agricultura, ganadería, turismo, agua, comunicaciones… son elementos
esenciales para afianzar un futuro que dejamos en manos de un panorama disperso
y con brotes demagógicos que, lejos de defender nuestros intereses, se afanarán
en la notoriedad por la estridencia de las propuestas.
La polémica “superioridad intelectual” no
logra hacer comprender por qué no se soluciona el problema del agua; tampoco se
entiende que haya que terminar el AVE de Murcia para proseguir con las obras
tapiadas en Almería y, un detalle; que hay trabajar para conseguir resultados
y, por supuesto, molestarse en saber contarlos.
En Europa reaparecen viejos fantasmas que
atenazan a un electorado invitado a la xenofobia y al radicalismo por unos
partidos que aprovechan su extremismo como estandarte de las señas de identidad
que han quedado veladas o acomplejadas en los melifluos de centroderecha.
Europa
es un club que mantiene sus servicios con las cuotas de los socios. Si no se
paga, merman los servicios, se enfadan los que pagan, y los que no pagan se
resisten a abandonar el “acogedor” club. El café, cerveza y hamburguesas para
todos, lamentablemente da paso a un portazo seco, sonoro e insolidario. Apostar
por la extrema derecha es irracional pero, en el caso de Francia, era
impensable. Jamás lo sospeché de democracias ejemplares y de países que
enjugaron las lágrimas de una guerra nacida de execrables brotes ideológicos
excluyentes.
Conclusiones:
Las elecciones europeas cuentan con un
electorado de centroderecha reservón que da paso franco a los alquimistas de la
utopía y otros despechados que votan con la intención del castigo infringido
desde los discursos más lacerantes.
Sirviéndose de los intersticios
democráticos, los radicales intentan conseguir la liquidación del Sistema; o
sea, una involución generalizada fruto de la desesperanza individual. Pero no
olvidemos que la grandeza de la democracia estriba en la suma de las
individualidades, sean cuales fueren sus respectivos estados de ánimo que,
generalmente, modula el gobierno.
No castigamos a los partidos con estos
procedimientos de reconvención justiciera; el daño nos lo infringimos nosotros,
los votantes, haciendo todo más inestable, incierto e inmanejable. Y ocurre que
cuando los más están desmotivados, los menos se muestran más activos. Así la
reparación de la avería es más angustiosa y tardía.
El bipartidismo ni se ha acabado ni es
nocivo. Democracias consolidadas (GB, EEUU…) lo han venido ejerciendo con
probada eficacia. Pensar en revolucionarias convulsiones es renunciar a lo que tanto
nos ha costado conseguir, y afrontar una rápida escalada hacia a la ruina
final.
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