En el barrio antiguo de Almería

Miguel Ángel Blanco Martín
Periodista

El sentido de nuestra cultura popular y anónima está en las puertas abiertas. Todo el mundo puede entrar. Proceda de donde proceda. Es el lugar donde todos somos iguales y no hay fronteras. El momento tiene su significación. La razón de ser de la semana cultural que hoy comienza, por ejemplo.

No hay ciudad sin barrios. No existe Almería sin el barrio antiguo, con su historia milenaria, su sentido de la cultura popular, con sus vecinos, sus gentes, sus fiestas, en las calles, las pequeñas plazas, las casas bajas supervivientes, los grandes ventanales, las rejas, la charla en la puerta, el encuentro callejero, el paso del tiempo cotidiano, de cada día, la escuela, los pequeños comercios, la panadería, el bar, la taberna, el súper, la tienda de ultramarinos, la carnicería, la ferretería, la papelería, la droguería, las tertulias, el recuerdo de aquel cine. El barrio y sus buenas gentes. La sabiduría popular, forjada con las palabras, la música, el cante, la poesía y la literatura, como un gran escenario teatral libre, en definitiva, que nos alimenta de forma anónima, desapercibida pero real.

Amanecer en la Alcazaba
Padres, madres, abuelas, abuelos, ancianos, jóvenes, hombres, mujeres, niñas, niños, que se reconocen con sus nombres exclusivamente: María, Pepe, Paco, Francisco, Curro, Antonio, María del Mar, Carmen, Sebastián, Pedro, Luis, José María, Marina, Andrés, Santiago, Ignacio, Inmaculada… A la sombra de la historia milenaria del barrio que nos contempla desde la Alcazaba o refugiada en el pórtico de la Plaza Vieja, con la cercanía de la plaza de la Catedral, el cuartel de la Misericordia o la iglesia de San Juan, con el mihrab. Y en cada una de las pequeñas calles, casi anónimas, solitarias, que permanecen, a veces en bullicio, a veces en silencio. Que saben mucho de soledades y de agonías, pero que resisten. Es nuestro gran patrimonio histórico.

Vamos, pues, al encuentro de la cultura popular, la nuestra, la organizada por nosotros, a nuestro aire libre, como todos los años, por encima de todas las circunstancias. Es uno de los momentos culminantes, donde nos reconocemos, donde la alegría no está forzada sino que surge sincera y honesta, porque nos pertenece, donde resurge la inquietud, el pensamiento crítico y creativo. Es nuestra vida cotidiana, desde la amistad, desde la familia, desde la amplitud del vecindario en asamblea, todo ello, al margen de lo establecido, de lo oficial, nosotros somos la autoridad de nosotros mismos. Aquí mandamos nosotros, los vecinos, opinamos sobre lo que nos rodea, sentimos nuestras alegrías y tristezas, y superamos cada momento para mirar el futuro con serenidad, con firmeza. Sin que nadie nos imponga nada. Dispuestos a rebelarnos contra lo que nos es extraño. El barrio es nuestro y de ahí emana nuestro sentido de la cultura que nos forja y alienta.

Es el tiempo para reivindicar la palabra de la que nacen multitud de historias, para el teatro, la música, el arte, el discurso poético, las imágenes, las costumbres, que hablan de nosotros, la realidad de la vida cotidiana, los juegos infantiles en la calle, la serenidad de la mañana, de la tarde, de la noche, el cielo con nubes o despejado, el deseo de que vengan nuevos días de lluvia que limpie y anuncie nuevos horizontes. Es el tiempo para reivindicar la sonrisa, las risas de los niños, la mirada de la inocencia. Porque todo eso forja la conciencia colectiva del barrio.

Son días de encuentros al amor de la cultura popular. Y de nuevo hay que salir a la calle, sin prisas, con serenidad, con el alma de la amistad por encima de todo, al encuentro de lo imprevisible, del jolgorio, de la música, del cante, de los encuentros sorpresa, entre vecinos, de los que regresan a su lugar, cuánto tiempo, cómo te va, cuéntame, vamos  tomar un vino, una cerveza, a escuchar un concierto mientras suena el eco del bullicio de la calle y el recuerdo de toda la memoria que se nos ha ido acumulando y resurge en el presente.

Vamos, pues, a la calle, libres, con nuestras palabras, con nuestra imaginación, quién dijo crisis, que siempre nos ha acompañado. El barrio, mi barrio, nuestro barrio, es de todos, nos domina, nos da cobijo, nos quiere, nos ama, con sus señas de identidad, con sus casas y formas de ser y estar, por el recorrido por sus callejones escondidos, difíciles de contemplar por las prisas, salvo en esos encuentros con sorpresa cuando se pasea lentamente por el barrio y la mirada se detiene continuamente en lo que nos rodea. Las calles del barrio necesitan serenidad, quietud, pasos vivos, que los vecinos las contemplen como algo propio. Les pertenecemos a estos lugares centenarios. Y ahí está refugiada, eterna, el alma del barrio, que es eterno. Inmortal.

Y ahora, vamos, que la Semana de la Cultura Popular del Barrio, de nuestro barrio, nos espera. No le hagamos esperar.

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