Hemos entendido el mensaje, otra vez

Antonio Felipe Rubio
Periodista

La ausencia de convicción conduce al desdén y desahogo. No se puede decir que exista general aprecio europeísta tras las cifras de participación y, al tratarse de partidos políticos que se exponen a universal valoración, hay una gran cantidad de votantes que entienden poco riesgo en la repercusión de sus vidas y haciendas emitiendo un voto despechado y desahogado o, como sucede, rehusando a participar en las elecciones en la creencia de que la abstención o el voto de castigo modulará conductas y se entenderá el “mensaje”.

Pablo Iglesias
No votar o hacerlo con ánimo de reconvención es una apuesta por la debilidad, dando opciones a otros que aprovecharán para ocupar el hueco abandonado por la desidia, y excitar con mayor aliento a la desazón. Es una regla de la naturaleza: a perro flaco todo se le vuelven pulgas.

Existe una expectante inquietud por conocer el devenir de Podemos señalándolos como iluminados, utópicos, bolivarianos, coincidentes con la extrema derecha… Nada de esto ayuda a desentrañar el efecto por el que se activa una opción ciertamente inquietante por sus propuestas y el meteórico recorrido de su implantación. Experimentados estadistas (Felipe González) han entrado al trapo: “utopía regresiva”, “la revolución bolivariana está de moda en España…” pero no se repara en el efecto que ha logrado excitar a una respetable cantidad de votantes que encontraron una opción afín a su recalcitrante actitud de desprecio hacia la clase política (la casta).

El apoyo a Podemos se nutre, en gran medida, de un estrato social que en condiciones “normales” jamás se hubiese movilizado; es más, estoy por asegurar que algunos, talluditos, lo han hecho por primera vez a la vista de originales, atrevidas, revolucionarias y desestabilizadoras medidas que conducen hacia un paisaje pletórico de llamamientos a la expulsión, okupación, revancha, radicalidad… y follaero. Y es que siempre alguien está presto a estos códigos de conducta, independientemente de ideologías y programas. Es lo que se entiende como que se apuntan a un bombardeo (dejo la anfibología a gusto del consumidor).

Ahora sabemos –siempre lo supimos- que existía una población silente en la participación de comicios, pero con capacidad de reaccionar en función de los códigos de comunicación y ante nítidas llamadas a la consecución de una revolución que, de la noche a la mañana y sin mucho esfuerzo, ilumine un camino libérrimo y la universal homologación de la “riqueza de los oprimidos”; o sea, en la práctica, administración de la miseria.

Pablo Iglesias ha hecho lo más inteligente que le permitía un paisaje político que no ha podido (es difícil) acompasar la solución a la mortal hemorragia en la macroeconomía con las tragedias individuales. Tampoco se han visto las necesarias reformas en la administración y poderes públicos, y lo más irritante, que la crisis económica ha sido un reducto de oportunidades para exprimir y abusar de los más débiles.

El Gobierno del PP, mermado en sus capacidades de comunicación, y la permanente confrontación del PSOE con ostensible superioridad comunicacional, ha propiciado este paisaje enrarecido que deja oportunidad a opciones intermedias al ser incapaces de alcanzar pactos y la suficiente lealtad para, juntos, agilizar la salida la crisis y aliviar la presión en los ciudadanos.

Hay que hacer… y hacerlo saber. No vale caución en la “superioridad intelectual” si se aplica a la solución de los problemas. Es el problema del PP: “no hemos sabido comunicar”. Y los votantes perdonan los errores, pero ¡coño! Que sean errores nuevos.

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