Pedro
M. de la Cruz
Director
de La Voz de
Almería
En
Almería el tiempo oficial tiende a veces a detenerse, a posarse con voluntad de
permanencia, a descansar en la inercia. Los amaneceres acuden puntuales a su
cita y la vida late al ritmo del corazón, pero, en proyectos colectivos o privados
con incidencia pública, tendemos a abandonarnos a la estética de la melancolía
mecidos en un bucle interminable.
Miras
al periódico cada mañana y a veces tienes la sensación de volver a una noticia
que ya leíste ayer. No; no es una repetición. Es una información que matiza a una
noticia que lleva siéndolo desde hace decenios porque nadie ha sido capaz de convertirla
en realidad. Esta semana ha sido El Cortijo del Fraile, y la anterior la
ensoñación de volver a exportar por el puerto de la capital el mineral de
Alquife; y la anterior a la anterior el proceso interminable del Mesón Gitano;
y siempre El Algarrobico; o el soterramiento; o el cable Inglés; a la autovía
inacabada con Málaga…y así podríamos continuar con una lista que agotaría los
cuatro mil quinientos caracteres de esta carta.
Lo
sorprendente es que, si hay algo en lo que los almerienses estamos de acuerdo,
es en que esta forma de asistir a la eternización de los proyectos pendientes sólo
conduce a la inacción más negativa. Nadie defiende que dejemos para mañana lo
que debió hacerse ayer pero, a la par, nadie es capaz de asumir su responsabilidad
en que haya que esperar a un futuro indeterminado para hacer realidad lo que
debería haber sido hecho en el pasado concreto.
Quizá
todo sea consecuencia del mal de altura que hace que cualquier proyecto, por grande
o pequeño que sea, siempre nos parezca un mundo. Ahí puede estar una razón,
pero no es la única. Hay muchas más y a todos- a todos- nos competen. A la
estructura que dirige la provincia, así en Almería como en Sevilla o Madrid, porque
no han dispuesto nunca de la fuerza suficiente para presionar a quienes toman las
decisiones.
Los
viajes del PP al ministerio de Fomento o la timidez con que el PSOE se dirige a
las consejerías de la Junta
revelan una falta de musculatura política alarmante. Una falta de musculatura achacable
a un factor demográficamente electoral. Almería no tiene los habitantes -y, por
tanto, los diputados- de Málaga o Sevilla y su capacidad de influir en las decisiones
es limitada. Una limitación que sería subsanable o, al menos, aminoraría su
impacto, si esa carencia se compensara con capacidad de liderazgo, una
circunstancia con la que nunca han contado los almerienses y sí otras
provincias como Jaén.
Lo
fácil sería culpar de esa falta de liderazgo a quienes nos han dirigido o
representado desde 1977. Eso sería lo sencillo y, como la realidad de los
hechos demuestra que así ha sido desde el inicio de la democracia, no
faltaríamos a la verdad. Pero no sería una verdad completa. Porque lo cierto ha
sido y es que a los almerienses nunca le han gustado los liderazgos. No sólo no
los han apoyado, sino que, cuando alguien -de UCD, del PSOE o del PP- ha
intentado ir más allá de las fronteras del Cañarete o de Las Lomas, toda la
artillería de su partido y la caballería de los contrarios se han unido para
derrotarle.
He
conocido a bastantes políticos dominados por la parálisis que imponía el miedo
a que cualquier intento de jugar fuera de nuestras fronteras les dejara a la
intemperie en la provincia. El que fue a Sevilla perdió su silla, ya saben. Pero
esa falta de liderazgo no se da sólo extramuros, también sucede dentro de nuestros
límites provinciales. Hay proyectos que se deben hacer y otros que se plantean
como quiméricos.
El
liderazgo está en defender aquellos hasta la extenuación y en desestimar estos últimos
con rigor. En la política, como en cualquier actividad humana, hay que tomar
decisiones y decidir es optar.
Hay
que reconocer que en los últimos años la situación ha cambiado para bien. Que
cada vez tenemos una clase dirigente más consistente -los alcaldes y concejales
son un claro ejemplo de ello sustituyendo la antigua retórica por la gestión-,
pero todavía es mucho el camino que queda por andar. Y en ese camino faltan
liderazgos que se sientan respaldados por los ciudadanos.
Almería
no puede continuar con un catálogo interminable de actuaciones frustradas o a
medio hacer. El tiempo no se detiene aunque la eternización de tantos proyectos
a veces lleve a pensar erróneamente lo contrario.
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