Antonio Felipe Rubio
Periodista
Una de
las pérfidas aportaciones del falso progresismo ha sido la perversión del
lenguaje. La ridícula introducción de eufemismos y el sobrecoste del léxico con
el compulsivo manejo del discurso de género han provocado el más que evidente
distanciamiento entre la clase política y la gente “normal”. Y es que no es
normal que la delincuencia y la traición se hayan travestido con la sordina de
la corruptela y deslealtad institucional.
Pablo Iglesias |
Las
continuas apelaciones a la regeneración democrática no se pueden reducir a
reformas técnicas sobre la mecánica del proceso electoral, elección de
alcaldes, estatutos, aforamientos, prebendas… bastaría con llamar a las cosas
por su nombre y aplicar el sentido común que opera en la calle, empresas
privadas, familias… en definitiva, todo lo que rige la vida de las personas que
se hallan exentas de alambicados blindajes, privilegios y artificios
protectores corporativistas.
Es hora
de que los gobernantes que se reconocen como sensatos pongan pie en pared y
resuelvan diferencias lacerantes y ofensivas. Es necesario dejar claro dónde
estamos; redefinir la democracia a su esencia; rescatar el Estado de Derecho
pervertido; prestigiar la política y la justicia; combatir, con determinación,
las amenazas de sedición y traición. No se
puede hablar de deslealtad institucional cuando, en realidad, se trata de
boicot y chantaje.
Estamos
rodeados de mercenarios –a sueldo del Estado de Derecho- con el sedicioso
interés de la ruptura y la desintegración. Y no me refiero sólo a los
independentistas reconocibles por su enfermiza contumacia y persistencia.
Existe un nuevo enfoque sobre la función de gobierno y oposición que se reduce
a la mutua aniquilación en aras de la preeminencia en el poder a toda costa y
coste.
Algunas
formaciones políticas han acreditado su homologación como secta perniciosa. Hay
ejemplos. Algunos tan elocuentes como el del alcalde comunista de Villaverde del
Río (Sevilla) en una antológica intervención con abertzales en Tolosa: “Los
marxistas no estamos en las instituciones para afianzarlas (…) estamos para
desenmascararlas y destruirlas (sic)”. Otros, con discurso acomodado a la fácil
demagogia, hablan de “casta”; eso sí, parasitando al sistema que les permite
hospedar a riesgo de alcanzar ruina, enfermedad y famélica existencia.
Existen
valiosas y necesarias nuevas aportaciones en la administración de justicia
(violencia de género, racismo y xenofobia…). Sin embargo, aún no se clarifica
el delito de traición como uno de los más perniciosos y extendidos en las
continuas averías que algunos dirigentes perpetran con ánimo de confrontar,
disturbar y desestabilizar.
No
faltan los que matizan sobre el terrorismo de ETA con “explicaciones políticas”
y, desde sobrias y austeras sobreactuaciones, emprenden acciones judiciales
contra los que les evidencian y desenmascaran sus aviesas intenciones
(Esperanza Aguirre). Y para que todo se exhiba desde la factoría de afectos a
la secta, qué mejor que una coleta-colecta con efectos fulminantes en tiempo y
cuantía. Todo un ejercicio de reafirmación y respaldo de adeptos: confirmación
de instilación positiva del suero revolucionario.
Nuestra
“coleta-colecta” es muy superior al “cepillo” de sectarios advenidos a la
redención. Nuestra contribución como ciudadanos ha de encontrar una
contraprestación que trascienda de la reparación macroeconómica; por otro lado,
asunto de vital resolución, pero no el único. Y, por favor, evitar retórica
épica tal que “cuando el español se levanta, asombra al mundo”. Como diría Rajoy parafraseando a Romanones, ¡joder, qué tropa!
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