Emilio
Ruiz
Los
veranos de Florencia son tan calurosos y secos como inaguantables. Es lógico
que media ciudad se quede huérfana de unos vecinos que huyen despavoridos hacia
la playa. Pues fue precisamente el mes de agosto de 1964 el momento que eligió
la productora de Por un puñado de dólares
para estrenar allí la película. La razón era comprensible: tenían tan poca fe
en el film que, cuanto antes cumplieran con el expediente, mejor.
Tampoco fue casual que la mayoría de los
artífices del proyecto se escondieran tras un seudónimo. Sergio Leone, el
director, fue Bob Roberti. Ennio Morricone, el autor de la música, cambió su
nombre por el de Dan Savio. El actor Gian María Volonté se transformó en John
Welles. Y si otro de los protagonistas, Clint Eastwood, respetó su nombre no
fue por otra razón que porque nada tenía que perder. Al fin y al cabo, su
gloria artística se limitaba a un ignorado papel en una serie de televisión en
Estados Unidos, Rawhide, de escasa
relevancia.
Fue Richard Harrison quien recomendó el
nombre de Clint Eastwood tras rechazar él mismo el papel. “Quizás fue mi
mayor contribución a la historia del cine”, declararía después. A Leone le gustó
del estadounidense “la parte indolente y despreocupada que tenía de aparecer en
la pantalla”. Le ofreció 15.000 dólares, un pasaje en turista y los gastos
pagados durante 11 semanas de filmación. Antes rechazaron el papel, además del
propio Harrison, Henry Fonda, James Coburn, Charles Bronson y Rory Calhoun.
Tanto Florencia como Sorrento tenían un emergente
comercio de producciones cinematográficas. Mas aquel bodrio, que apenas costó algo más de 100.000 dólares, a nadie
interesaba. Pero se dio la circunstancia de que el cine del estreno estaba situado
en las inmediaciones de una estación de ferrocarril. Muchos pasajeros, entre
tren y tren, mataban el tiempo de espera viendo la película. A la salida, no
mostraban otra reacción que asombro por lo que acababan de ver.
Los comentarios corrieron como la pólvora.
Sólo en Italia se llegaron a recaudar cuatro millones de dólares. Por un puñado de dólares fue lo que los
americanos llaman un unsleeper, un pelotazo que diríamos nosotros. Lo mismo
sucedió en los demás países europeos. Y en el resto del mundo. Akira Kurosawa,
autor de Yojimbo, denunció a los
productores por plagio de su guión. Y algo de verdad había. Hasta el punto de
que Kurosawa consiguió quedarse con todos los ingresos de taquilla de la película
en el país nipón. A Estados Unidos la película no llegó hasta enero de 1967,
recaudando en pocas semanas algo más que un puñado de dólares: 15 millones.
Por
un puñado de dólares cambió la vida de mucha gente. Se convirtió en uno
de los filmes más taquilleros de la historia del cine italiano. Inauguró una
trilogía, La trilogía del dólar,
nombre que le dio United Artists, que completaron La muerte tenía un precio y El
bueno, el feo y el malo, y elevó al pódium del prestigio un subgénero cinematográfico
que nació vilipendiado: el spaghetti western. A los paisajes desérticos de
Almería los puso en la gloria de los mejores escenarios cinematográficos del
mundo. Y consagró a alguien que hoy es un genio del cine: Clint Eastwood.
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