Rafael
Palacios Velasco
Economista
y exprofesor de la UAL
El
extraordinario interés que despierta entre los políticos almerienses cualquier aparición
del acrónimo AVE en el BOE sólo puede equipararse a la extraordinaria ausencia de dotaciones ferroviarias (y, en general, de transporte) en nuestra
provincia. Para los unos, porque cualquier consignación presupuestaria se defiende, por
generosa, como una magnánima dádiva con la que vienen a corregirse terribles agravios de
antaño infligidos de adverso a esta tierra. Para los otros, porque esas consignaciones
no constituyen, por insuficientes, sino un terrible agravio hodierno que viene a
empobrecer las magnánimas dádivas de los suyos en un tiempo pasado.
Túnel del AVE |
Cuando
cambia el signo del gobierno central, el hoy dadivoso se convierte
retroactivamente en agraviador, y el hoy agraviador en pretérito generoso. Pero
lo que en nada muta es la mágica ilusión de que un tren velocísimo nos hará felices y de que ninguna felicidad será alcanzable
sin ese convoy rodando como un rayo por las vías que enlazan nuestras estaciones, si es
que hay más de una, con las de otros pueblos vecinos.
En el AVE parecen haberse depositado todas las esperanzas para nuestra provincia, y en esto no hay
diferencias entre los políticos de los dos partidos que han presidido el gobierno de España
en las últimas décadas. La formidable fascinación que despierta la obra pública es una constante enraizada en la pulsión keynesiana que tan enfermiza e
interesadamente irriga el discurso cotidiano de nuestros gobernantes, y al que se suman las voces de
los sindicatos y empresarios interpretando sin matiz la misma melodía.
Son
pocas, y es de suponer que también frecuentemente silenciadas, las voces que no suenan al compás de la corriente oficial. Son pocos los que entonan una nota
diferente, a riesgo de parecer desafinados. Pero esa disonancia también merece ser oída.
Esta misma semana, aunque refiriéndose al AVE que habría de comunicar Asturias con la
meseta castellana camino de Madrid, afirmó un economista tan autorizado como Juan
Velarde que se trataba de una inversión gigantesca con un rendimiento económico
lamentable, que no sirve para nada.
Hace ya algunos años que advirtió de que construir vías
de AVE para conseguir el aplauso popular era un disparate absoluto. Pero nada gusta
tanto al político como gastar un suculento presupuesto en movimientos de tierras y
océanos de hormigón. De nada habrá servido la carísima enseñanza de los aeropuertos sin
aviones, las autopistas sin coches ni camiones, las estaciones de autobuses sin
autobuses, los
auditorios sin conciertos, los palacios de congresos sin congresos, los teatros sin programación, los adefesios escultóricos, los centros de interpretación de la nadería o los museos de la pamplina.
auditorios sin conciertos, los palacios de congresos sin congresos, los teatros sin programación, los adefesios escultóricos, los centros de interpretación de la nadería o los museos de la pamplina.
De
que el AVE es una infraestructura útil no es posible dudar. No puede negarse
que es mejor desplazarse más rápido que más despacio, ni se puede objetar que tener mejores redes de comunicación es preferible a tenerlas peores. Pero una inversión tan
cuantiosa como ésta debería estar precedida por un análisis de oportunidad algo más
riguroso que el que justifica realmente la decisión política, porque no habría de ser suficiente
con adjetivar una infraestructura como irrenunciable para que efectivamente lo sea.
No debería bastar la búsqueda del agradecimiento efímero (y del voto, claro) para
sustentar toda una política de transportes cuyas consecuencias se proyectan en un
horizonte temporal de muchas décadas. No debería bastar con atribuir poderes
taumatúrgicos a un tren para que se convierta en el bálsamo de Fierabrás que nos saque de un pozo
en el que, además, tampoco estamos.
No es válido argumentar que la competitividad de
una región depende con tanta intensidad de una infraestructura tan plausible, como
si con ella no hubiésemos de enfrentar también la competencia de nuestros vecinos,
pues por las mismas vías que habrían de ofrecer salida a nuestra producción también acabaría llegando la producción foránea. Salvo que a los trenes sólo se les permitiese
el trayecto de ida...
Por
eso, ni la crítica ni la defensa del AVE se pueden sostener en argumentos
frágiles, porque el AVE no es la llave del paraíso de la competitividad y la bonanza
económica. No cabe justificar su defensa en las virtudes que no tiene, pero tampoco cabe
rechazarlo por la mera invocación de sus carencias. Por eso resulta inquietante que se
ansíe tanto una infraestructura formidable cuando se carece de las más básicas.
Resulta sorprendente que se clame por el AVE en una región como Almería, cuyo tendido ferroviario convencional es tan escaso como escuálido. Es asombroso que se
pretenda tan necesaria esta dotación cuando la comunicación por carretera con las
provincias limítrofes deja tanto que desear. Es desconcertante que se anhele tanto la
modernidad ferroviaria cuando el aprovechamiento de las comunicaciones comerciales
marítimas y aéreas es tan pobre.
No debería ser difícil encontrar para el dinero público
otros usos más beneficiosos, siquiera sin salirse del medio de transporte ferroviario.
Pero nuestros hedonistas políticos jamás renunciarán al placer del gasto faraónico, llorando
por lo más caro que no se tiene y despreciando mejorar por menos dinero lo que ya está al
alcance de la mano. Esta gravosa actitud es una reminiscencia infantil de nuestros
gobernantes que no merecería más lamento si no fuese porque la factura no la pagan de su
bolsillo. Actualidad Almanzora.
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