Juan
Folío
Dícese
que la economía sumergida española supone en torno al 20 por ciento del PIB nacional. Comentase también que los seis millones de parados quedarían reducidos
a menos de cuatro si estuvieran dados de alta muchos trabajadores que rezan
como parados cuando en realidad trabajan. El presidente de la patronal
almeriense, José Cano, llegó un día a cuantificar la economía sumergida
almeriense en el 30 por ciento de la producción provincial.
¿Qué
hay de verdad y de mentira en estas cifras? Economía sumergida, haberla, hayla.
Desempleados oficiales trabajando, haberlos, haylos. ¿Pero a qué niveles, en qué
porcentajes? He ahí la cuestión.
En
las pasadas fiestas de Padules ocurrió un hecho curioso que el periodista José
Francisco Tejada cuenta en su periódico digital, www.almeria360.com. Si lo que pasó en las
fiestas de Padules fuera extrapolable al resto de la actividad económica
nacional o provincial, entonces, sí, entonces sí tendríamos un problema de
considerables dimensiones. Dejemos que sea el propio periodista quien nos cuente
lo que pasó en Padules porque, además, lo cuenta muy bien. Ésta es la
reproducción del artículo:
Padules en pánico
Uno
de estos misterios ha ocurrido este pasado fin de semana en Padules durante la
celebración de sus fiestas en honor a Santa María la Mayor. El sábado y ante
el asombro de lugareños, veraneantes y visitantes de otros municipios cercanos,
pasó algo extraño, de difícil explicación. Un hecho que ya corre de boca en
boca entre habitantes y moradores de la Alpujarra y que he atrapado casi por casualidad.
Fiestas de Padules |
Los
hechos sucedieron el sábado por la noche en plenas fiestas patronales. De
repente, como preso de una orden hipnótica, el personal de las casetas, bares,
lugares de recreo dejó de funcionar a pleno rendimiento… Como si de pronto, lo
que marchaba rápido, a tiempo, con agilidad propia de una barra andaluza, se
volviese lento, interminable, torpe.
De
la cocina ya no salían tapas, la cerveza no llegaba a las mesas, y los
comensales se desesperaban buscando algún camarero. Algunos establecimientos,
ante tal caos, llegaron a cerrar.
Nadie
entendía muy bien qué estaba pasando, por qué razón lo que iba bien dejó de
funcionar. Hay quien asegura que desaparecieron algunos camareros como si se
los hubiese tragado la tierra. Hay quien jura que había gente escondida en
algunos establecimientos cerrados al público. Muchas casetas se volvieron
sevillanas y, todos, de pronto se convirtieron en familiares de una fiesta
privada.
El
pánico se apoderó de muchos que llegaron a sospechar de algo relacionado con la
comida. A
tanto llegó la historia que hubo que levantar el bulo de que se trataba de una
estampida empresarial ante la llegada de la inspección de trabajo que iba a
revisar todos los establecimientos y los contratos del personal de barra y
cocina. Un bulo retorcido que calmó a gran parte de los vecinos aunque pocos
dieron crédito a esta historia.
Pensar
que Hacienda intenta acabar con la economía sumergida haciendo una redada en
Padules, pueblo de menos de 500 habitantes, en sus fiestas patronales es una
barbaridad tan descabellada como la historia de los camareros comidos por los
zombies… o igual.
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