Juan Torrijos
Periodista
El
pasado día 14 el serrano pueblo almeriense de Tahal celebraba uno de sus días más
grandes, el dedicado a su Cristo del Consuelo. La iglesia estaba a rebosar, engalanada
ella y los vecinos allí reunidos. No cabía ni un alfiler y es que el pueblo,
como viene ocurriendo cada año, se vuelca con los actos dedicados a su Cristo.
El
ambiente festivo que se vivía en la iglesia y en su entorno ponía el color a
una mañana que se presagiaba calurosa, pero que no les preocupaba a unos
vecinos entregados al Santo Cristo del Consuelo, lo más grande que tiene Tahal.
Con
sus nueve años recién cumplidos, con su primera comunión recibida el pasado
mayo aun en el recuerdo, con su participación por primera vez como monaguillo
en la última Semana Santa, se acercaba con ilusión a recibir la comunión. ¿Qué
se le puede pasar por la cabeza a un adulto, cura para más señas, que en ese
momento tan importante para un crío de nueve años le niega la oblea en la que él
cree que está Dios?
¿Qué
podemos pensar nosotros, padres de esas criaturas, de un cura que hace que nuestro
hijo de nueve años se retire del altar, con las lágrimas corriendo sobre su
rostro, avergonzado ante un pueblo, sin poder entender lo que ha ocurrido y el
por qué?
¿Qué
de malo habría hecho el chaval para que el cura le negara la hostia consagrada,
se preguntaban los que si la recibían? La única explicación que ofreció el señor
cura cuando se le preguntó es que el crío se pasó la misa hablando con otros niños,
y que por ello no le dio la comunión. ¡Valiente cura el de Tahal!
Si
por él fuese es de imaginar que le habría puesto una mordaza para que no
hablara y unas cadenas para que no se moviera. Y eso a un crío de nueve anos. El
mismo que estuvo durante Semana Santa de monaguillo en la iglesia y que en mayo
tomaba la primera comunión. ¡Qué pecado tan grande el cometido!
Había
que saber si él tenía algo que decir, y lo dijo. Sí, es cierto que había
hablado durante la misa, pero que lo hizo para que se callaran los niños más pequeños
que estaban a su lado y que no paraban de hacerlo. No lo debió ver así el señor
cura y pagó el justo por los pequeños “pecadores”.
Y el
justo, señor cura, por si no lo sabía, solo tenía nueve anos y una ilusión: recibir
la comunión. Usted se la negó y las lágrimas de ese crío se han convertido en su
pecado y en su penitencia.
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