José
Luis Masegosa
Periodista
Cuando
murió su joven madre apenas contaba seis años. La incomprensible ausencia le
llevaba durante tiempo a rescatar la ropa materna del armario para abrazarla
entre lágrimas. Era el único medio utilizado por aquel niño marplatense para
sentir de alguna manera el imposible y perdido cariño maternal.
Lucainena de las Torres |
Me
lo cuenta Patricia Hernández Estrada, una hábil modista argentina, cuñada de
Alfredo Padovani, el niño que junto a sus otros dos hermanos quedó huérfano de
su madre, Dolores Navarro González, cuando aun moqueaban en Mar del Plata, la
hermosa ciudad del sudeste de la provincia de Buenos Aires en la que habían
nacido pocos años después de que sus padres, Dolores, y el zapatero italiano
Pascual Padovani se conocieran y se casaran bajo el común paraguas de la
emigración americana.
Dolores,
hija de pulpileño y nijareña, dejó su
blanco pueblo de Lucainena de las Torres en las primeras décadas del siglo
pasado para buscarse la vida, al igual que toda su familia. La muerte le
sorprendió muy joven, lo mismo que a uno de sus tres hijos. Los otros dos
descendientes, Rodolfo –difunto esposo de Patricia- y Alfredo crecieron con la memoria
del origen progenitor del pueblo de Lucainena, que casi medio siglo después
pudieron abrazar y conocer.
El único
superviviente argentino de esta familia lucainense, Alfredo Padovani, casi
octogenario y enfermo, reside en Mar del Plata, tras haber quemado su vida
laboral en la petrolera YPF. Cuando el pasado año conoció por boca de su cuñada
Patricia la declaración del pueblo lobero como uno de los más bonitos de España
se le avivó la llama del amor incontenible por Lucainena, adonde ya no podrá volver
por su salud, pero sí ha expresado un ruego: que le faciliten fotografías, imágenes,
materiales y objetos que le permitan sentir más cerca, desde la nostalgia
almeriense, el sueño de esa joya de Sierra Alhamilla que es Lucainena de las
Torres.
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