Las putas de Bayyana

Kayros
Periodista

Ustedes dispensen la crudeza descarnada del nombre. Es el más universal de nuestra habla. Ni los modernos eufemismos, con buena voluntad, sin duda, de trabajadoras del sexo o de asistentas sociales les quita dureza.

Soy uno más de lo que al salir del túnel del Bayyana, ora viaje en taxi, en autobús o en coche particular, se escandaliza al ver este espectáculo. Mujercitas muy jóvenes, algunas auténticas muñecas de la Europa del Este, despojos sin duda de guerras nacionalistas y tribales, ofrecen al viajero sus frescas carnes.

Una imagen habitual
Cada cual hace su oferta erótica como Dios les da a entender. Saludan de lejos al que llega. Van semidesnudas inclinándose ante los mirones para que se les vea bien lo que ofrecen. Si el Ayuntamiento de Almería quiere adecentar la entrada arquitectónica a la ciudad, bien podría comenzar por el alejamiento respetuoso de estas personas. Porque lo verdaderamente nuevo de esta lacra tan vieja como la humanidad, es que el comercio carnal ya se hace a pleno sol, sin mirar si lo presencian niños menores.

Todo este boom de las rusas, las ucranianas, las polacas, las rumanas, sin olvidar tampoco a las indígenas de producción nacional, tienen su fundamento en el crecimiento económico de nuestros invernaderos. También contribuyó a ello seguramente la locura del ladrillo que hizo del sector un buena ocasión para hacer olvidar el cansancio canónico de la parienta.

Se puede establecer por tanto una relación inevitable entre prostitución y dinero, y si ahora esto anda un poco decaído es porque las consecuencias de la crisis hacen mella también aquí. Desconozco los problemas familiares de estas chicas, sean íntimos, laborales, sanitarios o de relaciones públicas, pero un periodista acostumbrado a observar la sociedad no debe escaquearse, ni siquiera por pudor, ante este problema fundamental de nuestra convivencia.

El carácter siempre punitivo y vergonzante de la profesión ha ido recluyendo a las mujeres en prostíbulos, en harenes de mala nota o en bares de carretera, para no hablar de cosas peores como la quema de brujas, etéctera. Sin embargo, para vergüenza de nuestra modernidad, para nuestra mala conciencia de católicos sin fe, hemos conseguido que el acto sexual se realice a la luz del día, fuera ya de los controles tradicionales.

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