Pedro
M. de la Cruz
Director
de La Voz de
Almería
La
política está llena de casualidades. Cuando en la tarde del 23 de mayo de 2008
Mariano Rajoy entró en el teatro Cervantes, lo que más le sorprendió no fueron
los aplausos de quienes ocupaban el patio de butacas; tampoco los abrazos de
una asistencia entregada; eso, al cabo, forma parte del guión no escrito de un
mitin. En la soledad interior de quien apenas cuatro horas antes había sido
bombardeado de insultos a las puertas de la calle Génova de Madrid por varios centenares
de militantes de su partido tras el portazo de Ortega Lara y María San Gil, lo
que más le sorprendió fueron las pancartas que colgaban de los palcos en los
que podía leer que el PP de Almería estaba con él.
“No
te lo puedes imaginar, Pedro, aquellas pancartas para mí fueron como ver otro
mundo”, me dijo, años después en la confidencia de una sobremesa tras su
intervención en el Foro de La Voz
en el hotel NH de la capital.
La Voz de hoy |
Ayer,
seis años después y en la puerta del mismo teatro, me lo volvió a recordar
delante de Javier Arenas, Gabriel Amat y Luis Rogelio con palabras de agradecimiento.
Que en medio de la balacera a la que estaba siendo sometido por la derecha política
y mediática, una provincia de la periferia se convirtiese en su Cirineo enfrentándose
a quienes desde sus despachos ya le tenían la cruz de la dimisión levantada en
El Calvario de la política madrileña, fue después, en la confidencia un bálsamo
emocional de imposible olvido.
Se
ha escrito mucho sobre la relación de Rajoy con Gabriel Amat en estos últimos años,
de las razones en las que se asienta y de la influencia que en su consolidación
tiene la figura siempre presente de Javier Arenas; sin duda es así. Pero el calor
que el entonces líder de la oposición encontró aquella tarde en Almería fue uno
de los pilares que contribuyeron a esa confianza mutua. En medio del estruendo
de las trompetas de Jericó el PP de Almería fue el primero (no el único, ni
muchísimo menos, pero sí el primero) que se levantó, no para tirar las
murallas, sino para ayudar a que se mantuvieran en pie.
Han
pasado los años y el desierto quedó atrás. El derrotado de aquella primavera es
hoy presidente del Gobierno y sus enemigos interiores, comenzando por Aznar,
solo o en compañía de algunos iluminados, rumian su rencor por las esquinas.
Pero
la política es una ducha escocesa permanente, una montaña rusa salpicada de
sobresaltos imposibles. Rajoy vivió en aquella semana de mayo una de los
mayores acosos a su liderazgo en el partido y la casualidad ha propiciado que
estos días de octubre el Gobierno esté atravesando uno de los momentos más difíciles
de toda la legislatura.
Después
del sol que despuntaba en la negrura de la economía tras varios trimestres de
crecimiento, el cielo se ha abierto y el ébola, la locura catalana y el saqueo de
las tarjeras black de Caja Madrid ha caído sobre el Gobierno como una losa
insoportable convirtiendo estos días en una semana de pasión de final
impredecible en el tiempo pero del que acabaremos saliendo.
Pues
bien, ahora, como en 2008, Rajoy ha vuelto a encontrar en Almería un oasis en medio
de la tormenta. Con el partido ayer y con los empresarios hoy, Gabriel Amat ha vuelto
a mostrarle que Almería es una provincia generosa, sinceramente generosa. Pero también
es una provincia cansada de esperar, condenada durante mil años a ser los últimos
en casi todo y acostumbrada al sentimiento desolador de la lejanía.
Rajoy
tiene hoy la oportunidad de comprometer y comprometerse con doblar ese Cabo de
las Tormentas apostando de forma decidida por aspiraciones tan imprescindibles para
nuestro desarrollo como el AVE, a través de compromisos inversores y fechas, o
la cooperación en dinamizar el sector industrial en la provincia.
No
estamos pidiendo la luna. Los almerienses no se han movido nunca en la quimera.
Quieren, queremos, que la
Administración , que todas las Administraciones, colaboren en
nuestro desarrollo. No solo por egoísmo, sino por interés general. Porque si
algo han demostrado los almerienses es la extraordinaria rentabilidad de cualquier
inversión pública.
El sector
agrícola es un espejo incontestable de como hay que hacer las cosas y cuanto
rinden, para todos, cuando se hacen bien. Almería es generosa en afectos sinceros
y extraordinaria en inteligencia productiva. Si en los últimos treinta años
hemos avanzado más que en los tres siglos que le precedieron, da vértigo pensar
dónde podríamos llegar si a veces no nos sintiéramos tan solos y tan lejos de
quienes nos gobiernan.
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