Antonio
Serrano
Profesor
La
llegada a la playa de Torre García de una ballena muerta ha vuelto a dejar en
pelotas a nuestros egregios gobernantes. Obsesionados con despellejar al
contrario; obstinados en abonar el terreno para las próximas elecciones; agazapados
en sus despachos por el bochorno de las corruptelas, abandonan sus obligaciones
ignorando las necesidades de su entorno mientras se doctoran en cinismo e incapacidad.
Desde
casi el amanecer hasta media mañana un pequeño grupo (cinco personas) de
voluntarios ecologistas intentaban infructuosamente sacar del mar al
desafortunado animal y, al mismo tiempo, cortarle unas decenas de kilos me imagino
que para su postrer análisis. En la playa, medio enterradas sus ruedas en la arena,
un cuatro por cuatro tensaba una maroma para que la ballena no se separara de
la orilla.
En
total, siete esforzados ecologistas y un sin fin de curiosos. Entre tanto ni
una sola presencia de la
Agencia del Medio Ambiente, ni de la de la concejalía
responsable, ni de la policía, ni de la Guardia Civil. Nadie.
Nadie. Nadie de un organismo oficial que aportara ideas y conocimientos ad hoc;
que ofertara material apropiado, o que trajera un vehículo apropiado para
retirar la ballena de la orilla.
Bueno,
nadie no: los vecinos, los ciudadanos que pagan los impuestos, que luego van a
parar a salvar bancos y a engrosar los bolsillos de unos cuantos granujas (y
encima tendrán la desfachatez de negar subvenciones a las organizaciones de
estos jóvenes que han trabajado a destajo y han utilizado sus coches y su
gasolina y a los que sólo se les pagará con el silencio).
Las
autoridades responsables dormían beatíficamente (al menos hasta las 11’30 de la
mañana) mientras los ciudadanos se irritaban por el espectáculo bochornoso de
su ausencia. Y es que todo va por sus cauces normales: a un octubre negro le
seguirá un noviembre, y un diciembre, y un enero igualmente negros e
indignantes. Seguro. Porque la desvergüenza se sublima.
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