Antonio
García Vargas
Arabista
“He
pisado una tierra donde los guijarros son perlas, la tierra almizcle y los
jardines majestades” (Versos de Ibn Hani al-Ilbirí, siglo X)
Dicen,
Alcazaba, que tu vientre ha parido hasta diez criaturas. Eres una fortaleza en
construcción, destrucción y reconstrucción permanente, desde tu alumbramiento
hace más de mil años. Algo me hace pensar que fueron muchos más. El tiempo
dirá.
Los
árabes te llamaban al-Hisana y Calaa Jairán y los almerienses te nombraban por
alcazaba, en su dialecto andaluz de entonces. Su terquedad hizo que tu nombre
designara todas las fortalezas. ¡Tan terca como tú, que te rendiste a la
Naturaleza, no al invasor!
La Alcazaba de Almería |
Hay
siglos que emergen con nuevas luces silenciando incógnitas de pasadas
contiendas. Cuenta la leyenda, que en la gruta bajo el castillo de San Telmo,
semioculta por el agua del mar, se protegió Ulises de las sirenas. Me ha
contado un geniecillo que el mismísimo Túbal, nieto de Noé, arribó a tus playas
tras un naufragio y ante tamaña belleza decidió instalar aquí el primer
asentamiento humano de la península.
En
tus costas nació la antiquísima Cultura de Almería, que se inició en el
neolítico final, a través de todo el eneolítico, y hasta el principio de la
Edad del Bronce. Una evolución ininterrumpida, sobre todo en el sureste de
España y en el Este, sur de Cataluña y Aragón, en una parte del valle del Ebro.
Tú fuiste, Almería, según las modernas fuentes arqueológicas, la antepasada de
los iberos y tu influencia cultural alcanzó a los vascos y el sur de Francia.
Pero… dejemos la Historia para los historiadores.
Después,
según el geniecillo, que no los historiadores, fue Osiris quien te visitó
cuando perseguía al tirano Gerión y cuando Hércules luchó contra los hijos de
éste, fue en tus playas donde preparó la estrategia para tan singular combate,
dejándonos después, como primeros reyes, a Hispalo y posteriormente a Hespero.
Hoy,
milenios después, llegan a tus costas los hijos modernos de aquellos que te
engrandecieron en el siglo X. Vienen vestidos de miseria, buscando cobijo en el
trozo de hierba que plantó su padre, sin más equipaje que recuerdos desnudos,
vidrios sin brillo en tierras de hambre, hileras de caminantes entre edificios
hostiles, esperando heredar la espesa lluvia.
No
caben lamentos, ni prolongar los soles en la recreación de la derrota antigua.
¿Bajo qué recóndito árbol enterrarán la piel? Se rebela el aire huyendo de
tormentosos torquemadas y queda sólo la mancha desierta, protegida y al tiempo
expuesta a las tormentas, de la la gula siempre viva del cordero insaciable.
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