Antonio Quesada
@AntonioFQuesada
La
conocida práctica de la antigua Roma de proveer de trigo gratis a sus
ciudadanos así como de representaciones circenses y otras formas de
entretenimiento más o menos costosas, continúa hoy en día siendo algo muy común.
Se trata de un ejercicio de control social que se presenta como la mejor manera
de sacarnos de la política y de las decisiones que en torno a ella se toman.
El alcalde, en el Parque del Andarax |
El
pan y el circo, en las dosis exactas, han apartado históricamente a los
ciudadanos de los problemas mundanos que padecen, reduciendo así su nivel de
exigencia en muchas cuestiones que podrían poner en una incómoda posición a los
gobernantes que utilizan tan populistas herramientas.
Uno
de los ejemplos más claros de todo esto lo encontramos en la ciudad de Almería,
que vive en los últimos meses en ese estado de desprendimiento, de catarsis
indolora que está siendo convenientemente insuflada por un Ayuntamiento en el
que su alcalde se ha convertido en el gran maestro de ceremonias de esa pista
de circo en la que ha convertido la capital.
A
golpe de parques -de esa sorprendente necesidad que se nos ha venido encima- y muy
poco más se esta escribiendo la reciente historia de Almería. Ese es el
extraordinario nivel de la apuesta del equipo de Gobierno, un buen parque donde
niños y mayores se olviden de la alarmante falta de iniciativas que en materia económica
y social exhiben sus dirigentes municipales.
Así,
Luis Rogelio y compañía han decidido que la mejor medicina para que entremos en
ese estado de ensoñación perpetua, que nos haga poco exigentes con su
indolencia hacia la ciudad y sus ciudadanos, no es la valeriana sino un buen
recinto acolchado con columpios.
De
esta manera pretenden llevarnos en volandas hasta las elecciones de mayo, entre
saltos de toboganes y el vaivén de los balancines, mientras se anuncia que la
función está a punto de comenzar: el circo ha llegado a la ciudad.
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