Antonio
Quesada
@AntonioFQuesada
Comienza
a ser una estampa típica de Almería. Me refiero al reparto de hortalizas que
protagonizan en Almería las organizaciones agrarias de cuando en cuando como
forma de protesta por la situación que atraviesan nuestros productores. La
denuncia en esta ocasión, como otras veces, tiene que ver con los precios que
reciben los agricultores por sus hortalizas, muy por debajo de los costes de
producción y de recogida.
Este
tipo de actos, que en verdad no dejan de ser simbólicos, acercan ciertamente al
consumidor al escenario del problema, a la vez que aligeran la cuenta de la compra
de ese día. Vaya una cosa por otra: me llevo el calabacín y me quedo con tu cara
y con tus problemas.
La
realidad del campo, de ese día a día, es durísima. No hay festivos ni días de descanso
porque la mata no descansa. El agua y las semillas son caras y el recibo de la electricidad
que nunca fue comedido ahora se ha disparado. En esas condiciones, hay que
echarle mucho valor para tirar adelante.
A
pesar de todo eso, Almería continúa sacando de donde no hay, superando cada obstáculo,
cada zancadilla y cada sequía o granizada para liderar el sector cada año. A cada
balance, una medalla de oro por el volumen exportado, las toneladas producidas y
todas esas macro cifras que acaban reflejándose en un informe.
Lo
que no se termina de ver en esos estudios es la cara que se le queda al
agricultor que ha puesto dinero y esfuerzo en su plantación y que a la hora de
vender esos productos comprueba que su particular balance es el de lo comido
por lo servido.
Que
el sector agrícola es potente, que genera muchísimo empleo y que sin él Almería
estaría más perdida que el Carracuca, es una incontestable realidad; como también
lo es que las grandes cadenas se están aprovechando de mala manera, pagando precios
irrisorios por productos que luego nos venden a todos a precio ‘gourmet’. Un
gran negocio, para unos pocos.
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