Antonio Felipe Rubio
Periodista
La matanza en la sede del semanario parisino ha desencadenado una
inmediata respuesta de la sociedad occidental y, especialmente, del periodismo europeo
que, ahora, ve signos inequívocos de una amenaza aniquiladora de la libertad de
expresión.
La aparición de gestos solidarios gráficos “¡Todos somos Charlie
Hebdo!” contrasta con una bien instalada melifluidad periodística fruto del
peor enemigo interior para la libertad de expresión y conciencia: la
autocensura.
Esos periodistas que ahora exhiben las caricaturas de la satírica
publicación nunca fueron sinceros con las nocivas propuestas nacidas de un
falsario progresismo que no ha hecho más que debilitar las defensas
democráticas de nuestro modelo occidental; enemigo acérrimo a batir por la
yihad.
Ante la declaración de guerra unilateral -ya dura trece siglos-
optamos por el discurso políticamente correcto, Alianza de Civilizaciones,
Integración de los Pueblos, ¡fuera fronteras!... y así, hasta generar una
permanente sensación de autocensura a la hora de analizar, afrontar y criticar
el difícil ensamblaje de culturas incompatibles con la aceptación del modelo
occidental de democracia, laicidad, respeto de género y la asunción total y sin
fisuras de derechos y obligaciones en el marco de la ley imperante en cada
lugar y momento.
Nuestra debilidad, fruto de esa artificiosa hipocresía, nos ha situado
en el angustioso e indeseable desfiladero de la generalización. Cierto es que
no se puede precaver ante todo musulmán, ni se debe criminalizar al Islam.
Pero, a la luz de hechos ciertos, se ha polarizado la información y la crítica
evitando destellos de sinceridad que, cuando aparecen, se asocian con racismo,
fascismo, xenofobia… en definitiva, cualquier cosa que defina una ideología
alejada de una progresía que se ha venido arrogando la izquierda basándose en
la pánfila protección de los llamados más débiles; pero, ¿quién es aquí el
débil?
En Almería -lugar geoestratégicamente sensible- hemos vivido episodios
de autoflagelación que han estigmatizado nuestro modelo social y económico,
infringiendo un daño irreversible (sucesos de El Ejido, encierros en
Universidad, Iglesia de San José…). Sin más encomienda que la bandera de la
progresía de aluvión, hemos buscado enemigos allá donde sólo debía imperar la
cordura, lealtad institucional y aplicación de la ley. Hemos pervertido leyes,
modulado conductas aceptables, cedido a las imposiciones y claudicado ante la
legítima defensa de nuestra cultura occidental, incluida la fe de nuestros mayores.
No es anécdota haber sucumbido a la imposición radical e intolerante
de gobernantes locales que eliminaron el Belén municipal o la erradicación,
casi, de la esencia de la Reconquista de Almería por los Reyes Católicos. Estos
gestos de desafección, refractarios ante seculares tradiciones y a la indeleble
historia, abonan el terreno para escaladas más ambiciosas y “refinadas” que,
ahora, se tornan en algo más que amenazas ciertas.
Entre el tardocomunismo y la pose políticamente correcta exhibimos debilidades
que, pienso, no han de combatirse con posiciones intransigentes o
persecutorias. Todo lo contrario. Nuestra cultura es cristiana y, por tanto,
solidaria y caritativa; pero, de poner la otra mejilla…
No. No todos son Charlie Hebdo. Nuestro periodismo no ha sido sincero
ni gozado de libertad suficiente en momentos cruciales. Hasta hemos perdido la
batalla del lenguaje en pos de un infecto cinismo que se ha convertido en
traición. Y, sálvese quien pueda.
Recordará usted cuando los amigos de lo políticamente correcto salieron a la calle haciendo sonar las Trompetas de Jericó con la intención de destruir la escultura de Santiago Matamoros de Juan de Orea, situada en la fachada norte de la iglesia de Santiago.
ResponderEliminar¿Cómo se puede ensalzar la laicidad occidental y al mismo tiempo decir: "nuestra cultura es cristiana"? Será que una de las dos opciones sobra.
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